Escritor, enamorado y suicida
Desde
muy joven, la obsesión de Ernest Hemingway fue descubrir cómo vivir, y
conservó esta obsesión hasta la muerte. Cuando ya no supo cómo, se pegó
un tiro.
Antes, ardió en su propio fuego —su intensidad—, aunque más a lo hondo
que a lo largo. Sí. Su paso por el mundo fue breve. Y julio fue su mes.
En el de 1899 abrió sus ojos a la vida y el de 1961 lo llevó a la
muerte. En sus casi sesenta y dos julios fue periodista, pescador y
boxeador; amó el mar y las corridas de toros. Tuvo cincuenta y siete
gatos, varios de ellos con su propia lápida en el cementerio de animales
construido junto a la piscina, en su «Finca Vigía» de
la Habana,
donde residió veintidós años. Fue cazador en África, conductor de
ambulancias en
la Primera Guerra
Mundial, corresponsal y especie de combatiente en la segunda, y
corresponsal en España durante
la Guerra
Civil; sufrió depresiones y padeció electroshocks. Ardía en su propio
fuego, estaba dicho.
Hemingstein,
como solía llamarse socarronamente a sí mismo, fue un viajero tan
obstinado como lo fue su deseo de justicia y de libertad. Y, sobre todo,
fue novelista y escritor. Es un verdadero monumento de las letras
anglosajonas —ganador del Premio Pulitzer por El viejo y el mar y del
Nóbel de Literatura en 1954— y un referente literario de todas las
épocas.
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MarieHadley
Robinson |
Pero para él, saber cómo vivir también se refería a su relación con las
mujeres, y esto lo llevó de abrazo en abrazo, de la idealización a la
decepción… con todas ellas, a las que llamaba «hijas». Así lo muestran
sus cuatro matrimonios y sus —al menos— otras dos relaciones amorosas
profundas. Una, con la norteamericana Agnes von Kurowsky, a quien
deslumbró con su inteligencia, sus músculos, su desparpajo... y con la
medalla al valor que le dio el gobierno italiano, por la descarga de
metralla que recibió cuando intentó rescatar un soldado herido. Pero
nuestro escritor tenía entonces apenas 19 años y Agnes, 30…y ella se
casó con un galán napolitano.
Para la otra aventura, a sus 49 años, eligió en Venecia a Renata
Ivancich, italiana, de 19, de cuya historia surgió su novela Al otro
lado del río y entre los árboles. Antes de morir, él quiso cruzar las
aguas y descansar entre el follaje. No le fue posible.
De espías y repollos
¿Tuvo Hemingway sólo otros dos amores apasionados, además de sus
esposas… o fueron otros cuatro, o cinco?
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marlene dietrich |
Vamos a la número «cuatro» (mencionadas, todas, fuera del orden
cronológico). Muy joven aún, le iba bien una mujer que era, ya, un
mito: Mata Hari. Así lo recoge quien más tarde sería su biógrafo: «Nos
contó a un grupo, bastante borracho, que ‘una noche la j... bien, aunque
la encontré muy pesada de caderas y tenía más interés por lo que
hicieras por ella que por lo que ella daba al hombre’». Pero la verdad
era otra: Hemingway viajó a Europa por primera vez en el 1918 y Mata
Hari había sido fusilada en 1917. El ensueño de Ernest había inventado
una leyenda que todos creyeron.
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mary welsh |
La quinta. ¡Y que «quinta»! Él la llamaba «My little kraut» («Mi pequeño
repollo») y ella lo apodaba «Mi querido papá». «Marlene, te quiero por
encima de todas las cosas, y lo sabes endemoniadamente bien», le
escribía Ernest desde Cuba. «Marlene» era Marlene Dietrich, el «Ángel
azul», la actriz alemana que se opuso al nazismo a riesgo de su vida.
Ellos se amaron con «ese» amor que puede tener cierto sostén de
eternidad: el amor platónico, sin sexo. La pasión de esta, para la
mayoría de los mortales, «extraña pareja», esa «pasión sin igual», según
Hemingway, había empezado en 1934, cuando se conocieron. Pero el fervor
amoroso creció y se mantuvo después, durante diez años: entre los 50 y
los 60 del célebre autor. Se admiraron. Burlaron geografías, distancias
y ansias de cuerpos enlazados. Se adoraron.
Así lo atestigua la colección de 31 cartas de amor del escritor a la
actriz, donadas por Maria Riva, hija de la Dietrich, al museo John F.
Kennedy de Boston.
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pauline pfeiffer |
La esposa, su amiga y las dos
periodistas
Su libro Fiesta tiene esta dedicatoria: «A Hadley y a John Hadley
Nicanor». En 1920 se casó con Elizabeth Hadley Richardson, cuando ella
contaba 29 y él sólo 21. Ernest ganaba entonces 40 dólares mensuales
pero Hadley paliaba la situación con sus 3.000 anuales por dividendos de
acciones. El matrimonio se fue a París, etapa que está reflejada en
Paris era una fiesta. Fue un tiempo dorado, donde nació John Hadley
Nicanor, su primer hijo: «cuando éramos muy pobres y muy felices»… «Yo
la quería —dice Ernest de su esposa— y no quería a nadie más».
Hasta que apareció la «amiga de la esposa». Y todo se acabó.
O empezó. Ahora con «la amiga», Pauline Pfeiffer, bellísima, con quien
se casó cuando él tenía 29 años… sumido en remordimientos y en su propio
dolor, cuando su nueva esposa estuvo a punto de morir, en el parto de
Patrick, el segundo hijo de Ernest.
En 1936 estalló la guerra en España. Hemingway ya era rico y famoso, y
vivía en una finca en Key West, en Florida, Estados Unidos. A su lado,
Pauline y Patrick. Aun así, él quebró su paz para informar desde España
sobre la Guerra Civil. Pero en su vida ya había otra periodista, a quien
había conocido en un bar. Era Martha Gellhorn, también brillante y
bella.
Fue el final del segundo matrimonio. En España, donde también recogió
material para su futura novela (Por quién doblan las campanas), Ernest
vivió con pasión su nuevo romance, que culminó en boda a los 41 años del
escritor. Con Martha se estableció en Cuba, pero su nueva vida sólo
conoció soplos de dicha. Él anhelaba desesperadamente una hija, que
Martha no le dio jamás; y la vida en común de la pareja —con disputas
agrias y frecuentes— fue casi accidental, pues ella viajaba mucho,
absorbida por el periodismo.
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agnes von
kuwowsky |
Por eso, cuando en 1945 Hemingway está otra vez en Europa mandando
informes sobre la Guerra Mundial y conoce en Londres a Mary Welsh,
también periodista, las condiciones son ideales para un nuevo romance.
Tras el fin de la guerra, Ernest y Mary se casan, cuando él tenía 47
años. ¿Fue Mary su último amor?
Veamos… Él buscaba el sentido de la vida... En Adiós A Las
Armas Hemingway se retrata a sí mismo como Frederick Henry,
—rol que en el filme sobre el libro jugó Gary Gooper— un
chofer de ambulancia en el frente italiano que se enamora de una hermosa
enfermera, Catherine Barkley. La novela es en su mayor parte
autobiográfica. ¿Acaso Catherine, su primer amor en la ficción, fue su
único y gran amor?
Quizá. Porque —paradójicamente— él era un solitario y
porque buscaba un amor ideal.
«Lo único que quería saber era cómo vivir», había escrito en su primera
obra importante, Fiesta, publicada a sus 27 años.
¿Lo había conseguido? Seguramente creyó que no. El domingo
2 de julio de 1961 se levantó temprano en su casa de Ketchum, Idaho,
último hogar del último matrimonio Hemingway, fue hasta el cuarto donde
se guardaban las escopetas de caza, y allí cargó una de doble cañón. Se
la puso en la frente. Apretó el gatillo. El ruido del disparo despertó a
Mary Welsh.
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renata ivancich |