DAL NS. AGENTE ALL'AVANA


 

EL AUTOPROCLAMADO INTERNACIONALISMO NORTEAMERICANO Y EL MUNDO ACTUAL

 

En días recientes tuvo lugar la aparición del periódico electrónico del Departamento de Estado de los Estados Unidos, encargado de exponer al mundo la agenda de la política exterior norteamericana. Inaugurado con un mensaje de Colin L. Powell, actual Secretario de Estado, este instrumento utilizado, sin lugar a dudas, para justificar  el carácter unilateral y prepotente del accionar de la Casa Blanca en el mundo de hoy, recurre a la verborrea tradicional dirigida a presentar al poderoso imperio del norte como adalid  de la paz, la democracia y la libertad. Recién uno comienza a incursionar en él, el lector se encuentra con un Prólogo de Colin Powell, en que expresa: “Nos enorgullece decir que la manera de actuar de Norteamérica en el mundo es promover la libertad, la democracia, el libre comercio y el desarrollo. Es buscar seguridad para las personas que ya han sufrido demasiado. Es inspirar y ser inspirados por otras naciones que trabajan juntas hacia un futuro de paz y prosperidad. Y no bastan las palabras. Los norteamericanos estamos comprometidos a convertir en acción estas perspectivas”. En un breve párrafo se concentra tanta mentira que uno no sabe si seguir adelante o salir del sitio del Departamento de Estado de Estados Unidos. Sin embargo, el oficio de escribir para otros, nos obliga a hacer “tripas corazón” y rebuscar entre frases y palabras alguna verdad, aunque sepamos de antemano que ello representa una tarea casi imposible pues están viciadas por la ideología del poderoso capitalista y por su concepción unilateral del mundo.

La promoción de la libertad en el planeta, para los Estados Unidos, tiene un solo significado: el sometimiento de las naciones pobres a su voluntad política y el saqueo de sus riquezas naturales para beneficio de la elite económicamente dominante en ese país. De la misma manera, los ideales de democracia defendidos por la Casa Blanca entrañan el establecimiento de regímenes políticos capaces de responder a los intereses encargados de validar el sistema de dominación  que a ellos más les convenga. Por ende, todo aquel gobierno que no salvaguarde sus intereses constituye una supuesta amenaza para la paz y para la democracia, corriendo la suerte de verse acusado de ser un gobierno terrorista, violador de derechos humanos, así como potencialmente peligroso por “poseer armas químicas, bacteriológicas o nucleares. Así ha sucedido con Cuba.

En el propio documento, empleado como  presentación al nuevo boletín electrónico del State Department, Powell enfatiza: “Por nuestra parte, no nos uniremos a un consenso que compromete nuestros principios fundamentales. Tampoco esperamos que otras naciones se unan a un consenso que comprometa sus principios fundamentales”. ¿Significará esta declaración del Secretario de Estado que los Estados Unidos defienden realmente la autodeterminación de las naciones?  Evidentemente, no es así. Sabido es que durante más de cuatro décadas el gobierno norteamericano ha utilizado los más disímiles recursos y estrategias para destruir a la Revolución Cubana, no aceptando el sistema político existente en la Isla, el cual ha sido  elegido libremente por los cubanos. Desde la agresión militar utilizando a mercenarios, el sabotaje y la agresión económica, el apoyo y financiamiento a la subversión, las presiones para lograr el aislamiento internacional de Cuba, la implantación de un férreo bloqueo y otras medidas de fuerza como el terrorismo, las diferentes administraciones yanquis han recurrido a un sistemático y bien estructurado sistema de agresiones que, hasta el momento, no les ha arrojado los resultados esperados.

 

Si concebimos el internacionalismo norteamericano como el basamento de la política exterior de ese país, no cabe duda que el mismo expresa la esencia imperialista de su administración y la más excesiva rapacidad. En él se retrata la ideología de derecha de sus teóricos y una concepción del mundo basada en la imposición de sus exclusivos puntos de vista. Tal concepción se refleja en un fragmento del discurso del presidente George W. Bush a los egresados de la Academia Militar de West Point en el 2002: “La causa de nuestra nación siempre ha sido mayor que defensa de nuestra nación. Luchamos, como siempre lo hemos hecho, por una paz justa, una paz que favorezca a la libertad. Defenderemos la paz contra las amenazas de los terroristas y los tiranos. Preservaremos la paz, creando buenas relaciones entre las grandes potencias. Y expandiremos la paz, alentando a las sociedades libres y abiertas en cada continente… Crear esta paz justa es… el deber de Estados Unidos”.

No cabe duda que la interpretación bushiana del rol de los Estados Unidos en la arena internacional revive las obsoletas pretensiones del Destino Manifiesto. De su discurso puede derivarse que los Estados Unidos están predestinados a convertirse en “guardianes” de la paz, pero de una paz tal como ellos la conciben. Toda aquella nación que no mantenga los mismos cánones ideológicos del nueva Roma, por ende, debe ser erradicada del planeta. Por ello, a los gobiernos que no encajen dentro de su concepción de democracia, encarnan un peligro para la paz y debe acabarse con ellos bajo la falsa acusación de ser fomentadores del terrorismo o de violar los derechos humanos. Esa “cruzada” la iniciaron ya en Afganistán e Irak y pretenden extenderla hacia otras regiones, incluida la cercana Cuba. Un hecho singular del fragmento del discurso de Bush es que la paz la concibe como un estado de buenas relaciones con las otras potencias. Las naciones pobres y débiles no son, por tanto,  sujetos a considerar en el marco de las relaciones internacionales. Esta noción discriminatoria  es expresión inequívoca del concepto actual reinante en la administración norteamericana de que los destinos de la humanidad dependen exclusivamente de las superpotencias.

Una cosa dicen los principales expositores del internacionalismo norteamericano y otra hacen en realidad.

 

Kim R. Holmes, Secretario de Estado adjunto para Asuntos de Organizaciones Internacionales expone en dos artículos (El internacionalismo norteamericano: mueve libertad, democracia y desarrollo; y Las Naciones Unidas y la diplomacia multilateral de Estados Unidos: principios y prioridades para un mundo mejor.) las principales concepciones en las que se sustenta el supuesto internacionalismo norteamericano. Según Holmes, el internacionalismo norteamericano “no es proteccionista ni expansionista”. Tal aseveración encubre la política yanqui esencialmente expansionista en lo político, económico y cultural. ¿No es acaso el ALCA expresión clara de ese expansionismo? ¿No es acaso la tan rimbobeada lucha contra el terrorismo una expresión de una política de expansión política y económica en todo el mundo?

Pero Holmes tampoco escapa en sus apreciaciones de la influencia neohitleriana, al concebir como sujetos activos de las relaciones internacionales sólo a las superpotencias y las únicas naciones en las que pueden imperar el orden y la estabilidad. De acuerdo con este señor, la historia “ha demostrado que los países más fuertes, más estables, tolerantes y prósperos, son aquellos que respetan los principios universales de los derechos humanos, el imperio de  la ley y la democracia”. Le faltó decir, por supuesto, que las naciones pequeñas son proclives a la anarquía, al desorden, a la ilegalidad y al caos. No lo dijo, es cierto, pero lo dejó por sentado en un abierto determinismo político y económico. Los principios expresados por Holmes en su segundo artículo no dejan dudas con respecto a la visión parcializada de la Casa Blanca con respecto a los más urgentes problemas del mundo actual y a su papel como “autorregulador” en el mismo.
Según Holmes, uno de los principios es que “ los Estados Unidos busca obtener más éxitos de la ONU y menos fracasos”. En tal sentido, queda claro que el esfuerzo norteamericano está abiertamente dirigido a utilizar a las Naciones Unidas como pantalla para sus agresiones a lo largo del mundo actual, empleándolas como elemento santificador de sus agresiones y de sus constantes violaciones al derecho internacional. Mucho ha avanzado en este sentido, es cierto, y la organización internacional se ha convertido prácticamente en su marioneta.

De acuerdo con el segundo principio, la búsqueda de un multilateralismo eficaz, “la diplomacia de hoy debía producir más que declaraciones vacías”. Según Holmes,  ello será sólo posible cuando la ONU se desempeñe bien. ¿Qué quiere esto decir? Simplemente que la ONU debe limitarse a legalizar la política internacional de EE UU hacia el mundo y hacer mutis de aquellos actos que lleva a cabo en naciones como Afganistán e Irak. Sólo cooperará Estados Unidos con el Consejo de Seguridad en casos que armonicen con su concepto de internacionalismo norteamericano. En otros casos, actuará por la libre y siempre buscando aliados que lo acompañen en la aventura como ha ocurrido con Gran Bretaña y España.

 

El tercer principio exige de la ONU una buena administración de los recursos y una mayor capacidad y eficiencia. De acuerdo con ello, los programas de las Naciones Unidas deben ser santificados por el poderoso norte y estar encaminados hacia aquellas naciones que realmente lo merecen. De hecho, tal pretensión está encaminada a emplear la ayuda de la ONU exclusivamente en las naciones que se muestren cooperativas con EE UU.

 

Si los principios del internacionalismo norteamericano esclarecen las direcciones de la política exterior de ese país, todavía lo hacen aún más las cinco prioridades que Holmes establece para el mismo.

Prioridad Uno: Preservar la paz y proteger a los inocentes amenazados por la guerra y la tiranía.

En correspondencia con esta prioridad, los Estados Unidos se deben esforzar por aumentar la capacidad de la ONU y del Consejo de Seguridad para enfrentar al terrorismo, a la proliferación de armas de destrucción masiva, a la solución de las guerras y las enfermedades  en los países africanos, así como la solución del conflicto israelo palestino. Para nadie resulta desconocido que los Estados Unidos tratan a toda costa de involucrar a las Naciones Unidas en su guerra selectiva y parcializada contra el terrorismo, dirigida a imponer regímenes adeptos a él en aquellos países que desarrollan una política soberana regularmente no  coincidente con la norteamericana. Así mismo, su participación en África está limitada exclusivamente a la búsqueda de zonas de influencia y al control de las enormes riquezas existentes en ese continente, sin preocuparse sinceramente por las pandemias  como el  SIDA y otras enfermedades que hoy azotan a la población africana. Con respecto al conflicto entre Israel y Palestina, no cabe duda que la Casa Blanca nunca aceptará una solución al mismo que entrañe sacrificar a su aliado incondicional en la región. Toda solución que afecte a Israel, afectará a los estados Unidos. El gran perjudicado siempre será el pueblo palestino.

Prioridad Dos: Poner el multilateralismo al servicio de la democracia.

Para los Estados Unidos la ONU debe servir al desarrollo de la democracia en todas las naciones y, por ende, esta organización debe esforzarse en promocionar las libertades y los derechos humanos. Naciones como Cuba, Corea del Norte, Siria y otras, cuyo régimen político no comparte la Casa Blanca, deben ser obligadas a cambiar. El imperio bushiano pretende emplear el multilateralismo como arma de presión para  subvertir el orden internacional y enfrentar el principio sagrado de las naciones de actuar con plena soberanía y autodeterminación. En esencia, tal política enfrenta principios básicos del derecho internacional entre sí, condicionando esta aparente contradicción a sus propósitos geopolíticos e imperialistas. No cabe duda, entonces, que la actual campaña anticubana es expresión clara de esa manipulación norteamericana del derecho internacional y de la incapacidad de la ONU para oponerse al papel rector auto impuesto por Estados Unidos en la arena internacional.

Prioridad Tres:  Ayudar a las naciones e individuos que se encuentren en situación desesperada.

Con la pretensión de encabezar las batallas mundiales contra el hambre, la pobreza y las enfermedades, los Estados Unidos promulgan demagógicamente la necesidad de apoyar los programas de la ONU. Sin embargo, de todos es conocida la reticencia de este país de cumplir con sus aportaciones al organismo internacional y su negativa a hacerse eco de las propuestas de Fidel, Chávez y otros gobernantes para ampliar los aportes de los países ricos en la batalla contra la pobreza, el hambre y las enfermedades. Si los países ricos ofrecieran una mínima parte de los recursos que dedican al armamentismo a favor de la ayuda a las naciones pobres, sería posible solucionar en breve paso los males que hoy afectan a la humanidad. Sin embargo, para EE UU todo se queda en simples palabras.

Prioridad Cuatro: Adelantar el desarrollo económico orientado a los resultados.

Desde una clara defensa al neoliberalismo, los Estados Unidos sostienen una acérrima defensa al mercado y la inversión extranjera como fuente de desarrollo sostenible. Las privatizaciones y las reformas neoliberales, la inversión foránea en condiciones denigrantes para las naciones receptoras de capital, la dependencia y el desarrollo desigual, las alianzas económicas desfavorables,  fuentes de la pobreza de  nuestros pueblos son, paradójicamente, las recetas yanquis para el logro del desarrollo. Su concepción internacionalista, por tanto, favorece a los países ricos y a los grandes monopolios internacionales en detrimento de las naciones pobres. Es, por así decirlo, una defensa de la dependencia y la sumisión.

Prioridad Cinco: Instar a la reforma de la ONU y la disciplina presupuestaria 

No reclama Estados Unidos la democratización dentro de la ONU y la posibilidad de que las naciones pobres accedan al Consejo de Seguridad. No pretenden tampoco aumentar el papel de esta organización en la solución de los diferentes conflictos que afectan actualmente a la humanidad. Exigen, por el contrario, un desempeño mayor de la misma como aliado de su política exterior, lo que significa aumentar el nivel de dependencia de la misma a la Casa Blanca con vistas a emplearla como instrumento de su internacionalismo. Otros artículos aparecen en el ya mencionado boletín y todos ellos son expresión de la más deshonesta demagogia al juzgar los problemas del mundo actual. Desde la supuesta defensa de una correcta política ambiental norteamericana  por parte de John Turner, Secretario de estado Adjunto para Océanos y Asuntos Ambientales y Científicos Internacionales, hasta  una real preocupación de Bush por la pobreza del mundo actual expresada por otros funcionarios.

La verdad es sólo una. Este boletín, a la par que muestra el contenido de la política norteamericana, no puede esconder las incongruencias e inconsecuencias de la misma. Juzgue por sí mismo, amigo lector, y usted podrá dar la última palabra. 


 

 

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