LOS
NUEVOS FRACASOS DE LA POLÍTICA ANTICUBANA DE LA ADMINISTRACIÓN BUSH A UN AÑO DE
LA INICIATIVA PARA UNA NUEVA CUBA
Cuando el presidente norteamericano George W. Bush
anunció en mayo del 2002 su cacareada “Iniciativa para una Nueva Cuba”, lo hizo
proclamando su interés por alentar “una transición pacífica a la democracia en
Cuba”, lo que significaría la aceptación de cambios por parte del gobierno
cubano con respecto a su orientación político – ideológica y el establecimiento
de una economía de mercado. Por supuesto, todo estaba bien claro: la dirección
ideológica de este accionar político tenía la finalidad de acabar con el
socialismo en la Isla, establecer una democracia al estilo de las que imperan a
lo largo del continente —envenenadas por la exclusión y marginalización de los
sectores más humildes—, así como crear las bases para la capitalización de la
economía cubana, devolviendo las fábricas y tierras a sus antiguos dueños
explotadores. La “Iniciativa para una nueva Cuba”, no cabe duda, representa una
apuesta por el pasado, una propuesta para el retorno a una época dejada atrás
por los cubanos al precio de incontables sacrificios y luchas heroicas.
La iniciativa de Bush dejó en los cubanos, desde el
mismo momentos de su formulación, la certeza de representar algo más que una
amenaza —y los cubanos ya no temen desde hace ratos a las baladronadas de los
huéspedes de la Casa Blanca-, pues la misma entrañaba un abierto chantaje: si
Cuba aplica reformas políticas y económicas, los Estados Unidos aliviaría
entonces las restricciones a los viajes a la Isla y al comercio con Cuba. En
palabras más simples, el mensaje de Bush significaba la suspensión del bloqueo a
cambio de la renuncia por parte de Cuba de su orientación política.
El 4 septiembre del 2003, retomando el mensaje
político propuesto por Bush en su “Iniciativa para una Nueva Cuba”, el
Subsecretario de Estado para Asuntos Económicos, Empresariales y Agrícolas, Alan
Larson, declaraba ante el Comité de Finanzas del Senado: “La política de la
Administración Bush está diseñada para fomentar la transición política hacia un
gobierno democrático caracterizado por un firme apoyo a los derechos humanos y
una economía de mercado abierto”. Como puede apreciarse, las palabras de Larson
reiteran la percepción de su administración con respecto al problema cubano y,
un año después de ser formulada tal Iniciativa, mantienen las mismas líneas de
trabajo proyectadas por dicha política:
·
Presionar al gobierno cubano para que realice “elecciones libres”.
·
Apertura económica.
·
Permitir la existencia de sindicatos “independientes”.
·
Libertad de expresión.
La esencia de tal política presupone la validación
de ciertas “libertades” al estilo yanqui, que entrañarían el abandono a la
propiedad estatal y de todo el pueblo a favor de la propiedad privada
capitalista, el establecimiento de una democracia representativa basada en el
multipartidismo burgués en la que las masas populares perderían su papel
protagónico en la dirección del país y, desde luego, la aceptación de la quinta
columna contrarrevolucionaria encargada de sabotear el proceso de profundas
transformaciones sociales que tienen lugar a través de los programas de la
Revolución.
La propia
“Iniciativa para una Nueva Cuba” presupone, según Larson, el apoyo material y
financiero a las supuestas fuerzas prodemocráticas dentro de la Isla —entiéndase
contrarrevolución interna— con vistas a oponerlas al proceso revolucionario y
aparentar mediante ellas la existencia de una oposición organizada dentro del
país. Estas fuerzas recibirían junto a una holgada ayuda económica y política,
un conjunto de beneficios colaterales que incluirían becas y adiestramiento. Por
supuesto, la aceptación de esta iniciativa debe incluir la presencia de Radio y
TV Martí dentro de Cuba, medios de comunicación que se pondrían de lleno al
servicio de la batalla ideológica contra la Revolución.
Como puede apreciarse, la iniciativa de Bush representa no sólo una flagrante
intromisión en los asuntos internos de Cuba, sino el intento de presionar a la
Isla, a cambio de migajas, para que reoriente su política y transforme su
esencia económica; a la par que es una forma de santificar la existencia de una
oposición ficticia y sin rol protagónico, sobredimensionándola a nivel
internacional. Es, en sí misma, un intento por hacer que los cubanos renuncien a
su propia historia y a su propia naturaleza político – ideológica, abrazando
valores foráneos que en nada les beneficiarían.
Unos días
después se repetirían las mismas deshonestas presiones contra Cuba. Ante el
creciente interés surgido dentro de Estados Unidos por eliminar el criminal
bloqueo que sufre el pueblo cubano, varios funcionarios de la Administración
Bush levantaron sus voces airadas para oponerse a tal deseo. El 10 de septiembre
de este año, Richard Bouchner, portavoz del State Department, declaró ante la
Cámara de Representantes que “levantar el embargo nos parece algo profundamente
tonto”. Ese mismo día, el secretario de Prensa de la Casa Blanca, Scott
McClellan, declaró que el presidente “está firmemente comprometido con el
embargo contra Cuba, hasta que Cuba permita la libertad de expresión y para
realizar elecciones, y libere a todos los presos políticos.”
Unos días antes, el 4 de septiembre, la Oficina de
Administración y Presupuesto de la Casa Blanca declaró la necesidad “de
mantener las sanciones y restricciones de viaje para negarle recursos económicos
al régimen de Castro”.
Con independencia del creciente sentimiento dentro
del pueblo norteamericano en pro del levantamiento del bloqueo, así como de un
movimiento a favor de esta medida dentro del Congreso, las fuerzas
ultraconservadoras de la derecha yanqui, así como los representantes de la mafia
cubanoamericana, capitaneados por la Administración Bush, han agotado múltiples
recursos para contrarrestar este movimiento. El propio presidente amenazó con
vetar cualquier enmienda a favor del levantamiento del embargo y envió a sus
principales colaboradores a Miami para participar en la Cumbre Nacional sobre
Cuba, en la que se abordó tan espinoso asunto. Allí estuvo el Subsecretario de
Estado para Asuntos del hemisferio Occidental, Roger Noriega, con el doble
propósito de convencer a la mafia miamense de que los EE UU no levantarían el
bloqueo y, de paso, asegurar los votos de este sector para las próximas
presidenciales. En esos primeros días de octubre se dejaron escuchar viejas
amenazas, ditirambos archiconocidos y promesas cargadas de odio hacia la Isla.
Noriega expresó: el embargo es una herramienta de nuestra política y no vamos a
renunciar a ella”. Por supuesto, los representantes de la mafia se sintieron
satisfechos de esta perorata agresiva e intolerante.
Sin lugar a
dudas, estaban dadas las condiciones para el discurso político que George W.
Bush pronunciaría el día 10 de octubre. Con el mismo, el presidente trataría de
superar las contradicciones mantenidas en los últimos meses con la mafia cubano
americana de Miami y, de paso, garantizarse el apoyo electoral tan necesario
para él.
Aunque al ser formuladas las nuevas medidas
anticubanas de Bush, muchos opinaron que no representaban un cambio en la
política norteamericana hacia Cuba, dichas acciones representan un importante
paso en la creación de condiciones para arreciar el bloqueo contra Cuba y para
instrumentar acciones contra la Revolución. Representan un conjunto de acciones
que, con independencia de estar destinadas a otro fracaso, entrañan en sí mismas
una agudización de la política hacia la Isla.
En esencia, las tres medidas formuladas por Bush
encajan dentro de los conceptos ideológicos ya enunciados en otros documentos y
legislaciones anticubanas ya existentes, como lo es la propia Ley Helms Burton y
la propia Iniciativa para una Nueva Cuba.
►
La creación de una Comisión de Ayuda a una Cuba Libre, copresidida por Colin
Powell, Secretario de Estado, y por Melquíades Martínez, Secretario de Vivienda,
tendrá como objetivos el acelerar y planificar la transición democrática en la
Isla.
Lo novedoso de esta medida es que establece al más
alto nivel gubernamental toda una diversidad de acciones encaminadas a fomentar
a la contrarrevolución interna dentro de la Isla, asegurándole las vías de
financiamiento económico y las fuentes de abastecimiento de medios y recursos
para ejecutar su actividad desestabilizadora dentro del país. Con independencia
de que retoma preceptos ya formulados en la Helms Burton en relación as una Cuba
post Castro, el contenido esencial de esta comisión será la acción inmediata
contra la Revolución, la promoción de la subversión y otras medidas como la
difusión mediante Radio y TV Martí de propaganda contrarrevolucionaria.
Quien crea que los Estados Unidos emplearán esta
Comisión en asuntos de futurología, se llama a engaños. De ella saldrá todo lo
que se haga de ahora en adelante para atentar contra Cuba, cumpliendo el rol
directriz de la actividad contrarrevolucionaria dentro y fuera de la Isla.
►
Aumento de las restricciones de viajes a Cuba como una forma de evitar el
ingreso de fondos para sustentar al gobierno cubano.
De acuerdo con esta medida, los Estados Unidos
podrán en función todos sus mecanismos coercitivos para perseguir a aquellas
personas que viajen ilegalmente a Cuba por terceros países o en medios privados
de transporte, al igual que aplicarán más fuertes y rigurosas inspecciones a los
viajeros y cargamentos que se dirijan a Cuba.
En correspondencia con esta medida, ese mismo día 10
de octubre, el Departamento de Seguridad del Territorio Nacional de los Estados
Unidos (DHS), dio a conocer en un comunicado de prensa que “intensificará la
aplicación de las restricciones existentes sobre viajes a Cuba”. De acuerdo con
esto, los funcionarios de este organismo asignados a Aduanas y Protección
Fronteriza aumentarán la inspección de todas las personas que viajan
directamente a Cuba o que regresen de la Isla. De la misma manera, los
funcionarios del DHS velarán porque los ciudadanos que viajen a través de
Canadá, México u otros países en ruta hacia Cuba, no violen en embargo
establecido, es decir, serán los encargados de velar por el mantenimiento de las
restricciones, haciendo uso de todos aquellos mecanismos, métodos y recursos
necesarios para cumplir tal fin.
El DHS, el Servicio de Aduanas, Protección de
Fronteras, así como el Servicio de Ciudadanía e Inmigración, integran el
sistema establecido por la Administración de Bush para violar el libre derecho
de los norteamericanos a viajar adónde deseen hacerlo, impidiendo el libre
acceso de los mismos a Cuba e implementando sanciones y represalias de todo tipo
contra ellos.
► La
tercera medida implementada por la Casa Blanca se refiere a los temas de
inmigración y, en particular, a desarrollar habilidades por la parte
norteamericana para “identificar y proteger a quienes enfrentan persecución en
Cuba y ofrecerles la oportunidad de venir en forma segura a Estados Unidos”.
Sin eliminar la cobarde y criminal Ley de Ajuste
Cubano, la nueva medida de Bush no hace otra cosa que validar aún más la
percepción norteamericana de darle un carácter selectivo al flujo migratorio,
desconociendo que la motivación principal de dicha emigración son las razones
económicas. El hecho de politizar este problema no persigue otra cosa que
desvirtuar la realidad cubana y a hacer ver al gobierno de la Isla como violador
de derechos humanos. Tal medida, deformada desde su formulación, no resolverá
definitivamente la emigración ilegal por cuanto no ataca las propias causas de
la misma.
No pasaron varios días después de los
pronunciamientos de Bush, cuando dos de los funcionarios de la Casa Blanca
mantuvieron el mismo discurso político agresivo contra Cuba. En este caso, el
Subsecretario de Estado para Asuntos del Hemisferio Occidental, Roger Noriega,
mantuvo el 17 de octubre las mismas amenazas contra la Isla y abogó por la
intensificación del bloqueo. Equivocándose nuevamente y soslayando el sentir
mayoritario de los cubanos expresó que “el régimen cubano caerá pronto”.
Condolezza Rice, Asesora de Seguridad Nacional de la
Casa Blanca, expresó el pasado día 14 de octubre ante la Asociación
Interamericana de Prensa, los ya manidos conceptos que explican la actual
ofensiva anticubana de la Casa Blanca. Condoleeza dijo que “Estados Unidos está
firmemente decidido a seguir una política enérgica respecto a Cuba”. Para su
gobierno, según ella, la cuestión es “lograr una transición pacífica de la
tiranía a la democracia.”
No caben dudas sobre la actual estrategia contra
Cuba, capitaneada por la Casa Blanca y de claras intenciones preelectoralistas,
y condenada de antemano al fracaso. Los cubanos ya conocen este leguaje
prepotente, empleado a lo largo de cuatro décadas por distintos presidentes
norteamericanos. En la Isla tales ataques y amenazas no le quitan el sueño a
nadie. Sólo la contrarrevolución interna, exigua y desmoralizada, necesita de
ellos para esperanzarse. El pueblo, por su parte, afina la puntería y espera lo
que sea, siempre amasando, esperanzado, su propio porvenir.