DAL NS. AGENTE ALL'AVANA

 

No todo lo que brilla es oro: La verdad de Miami como expresión del sueño americano

 

En más de una oportunidad hemos escuchado cómo los representantes de mafia cubano americana, secuestradores de los destinos políticos de la ciudad de Miami y dueños de grandes negocios dentro de la misma, han pretendido venderla como la máxima expresión del sueño americano. Llegan a vanagloriarse, incluso, de que la gloria de esta ciudad depende en gran medida del aporte hecho por ellos durante estas décadas de “penoso exilio”.

No resultaría extraño, pues, escucharlos proclamar que, si llegara alguna vez el esperado día de la caída de la Revolución Cubana, desearían para  la isla un modelo de vida como el que existe en la famosa urbe floridana. Simplemente, la idea de trasplantar Miami a la Habana se ha hecho permanente leiv motiv de todos sus actos y anhelos más íntimos. En poses capaces de hacer palidecer al doctor Frankestein, mostrarían a su “criatura” a los cubanos  y los invitarían a gozar el sueño dorado que les ofrecen, cargado de desenfrenado consumismo y aparentes libertades “verdaderamente” democráticas.

Sin embargo, Miami no es realidad el paraíso prometido, ni tampoco la vida transcurre en ella sin grandes sobresaltos. Su cara oscura, descarnada y dolorosa, no puede ocultarse.
Cual si fuera una culpa de la que no pueden desprenderse aquellos que la convirtieron en una pequeña república bananera, contagiada por los males que transportaron en sus maletas en rápida huída ante el advenimiento del cambio revolucionario, Miami es, hoy por hoy, una ciudad hecha a la medida de los políticos corruptos salidos de Cuba y cuyos descendientes la dirigen; fruto de componendas y confabulaciones a ultranza, donde la pobreza y la inseguridad cohabitan con el desencanto y la frustración para la gran mayoría de sus ciudadanos.
Hecha por el esfuerzo de una mayoría marginada y sin expectativas cercanas, es desgobernada por corruptelas y escandalosos vividores, émulos de los gobernantes de la seudo república anterior a 1959.

Basta hacer un breve retrato del supuesto paraíso, para descubrir toda la verdad.

   Nada menos que un 32 % de sus ciudadanos vive por debajo del nivel de pobreza establecido por los organismos federales norteamericanos.

De hecho, estudios especializados indican que este fenómeno es más crítico si se tiene en cuenta que en EE UU el nivel de ingreso establecido para calcular el umbral de la pobreza es demasiado menor para reflejar el costo real de la vida en ese país. Es, sin lugar a dudas, una forma de enmascarar el hecho de que existen todavía más pobres que los oficialmente reconocidos.

   Decrecimiento de los salarios nominal y real en forma sostenida, lo que agudiza en grado considerable la pobreza existente en esa urbe.

En los últimos años se ha evidenciado una caída considerable  del salario medio en Miami, lo que se manifiesta en un derrumbe de mismo en 3,3 % en el 2002 con respecto al año anterior. Como resultado de éste y otros factores, el índice de pobreza  aumentó en un 12,6 % en igual período.

Muchos de los representantes de las autoridades estaduales de la Florida se vanaglorian de haber creado 90 000 nuevos empleos el año pasado, pero la verdad es que, dado el hecho de que estos oficios son mal remunerados, así como se vinculan fundamentalmente a la industria del turismo donde el gasto percápita por visitante decayó en un 7 % en el 2002 con respecto al año anterior y donde la incidencia de los inmigrantes en busca de empleos es creciente.
El crecimiento de los flujos de inmigrantes, cuyo crecimiento alcanzó un 61 % en la década pasada, permite a los empleadores pagar míseros salarios y evadir la política de seguros mediante el empleo durante medias jornadas.

Todo este panorama incide sobre el aumento de la tasa de pobreza en Miami, fenómeno que no es ajeno  a toda la nación donde se experimentó un crecimiento de la misma a un 12,1 %, lo que llevó el número de pobres en EE UU a 34,6 millones de personas.

   El aumento de la tasa de criminalidad ha sido sostenido en Miami y este fenómeno incrementa los niveles de inseguridad ciudadana.

En 1999, la ciudad de Miami ostentaba el bochornoso record de contar con una tasa de criminalidad —incluye asesinatos, violaciones, robos y asaltos— de un 22 %. En una ciudad donde existen tales índices de pobreza y desempleo, y donde un kilogramo de cocaína se vende a la asombrosa cifra de 50 000 USD, no es sorprendente la proliferación del delito, más aún cuando los programas de televisión para jóvenes y niños incitan a la violencia y donde no resulta difícil obtener armas con facilidad en tiendas al por menor.

Recientes datos aparecidos en la edición de hoy en El Nuevo Herald, ponen sobre el tapete las dimensiones de este fenómeno. De acuerdo con este periódico, se duplicó la muerte violenta de menores en la ciudad. Según la organización Not One More, 145 niños han muerto de esta forma entre 1994 y el 2002. Lo vergonzoso de este fenómeno es que, en el caso de niños menores de 10 años, los causantes de los asesinatos han sido los propios progenitores de las víctimas. En otros casos, la causa es la existencia de armas al alcance de los menores y jóvenes.

Según la propia organización, la existencia de armas en los hogares se debe a la necesidad de las personas de “proteger su hogar”.
Como puede apreciarse, este paraíso de “bonanza y seguridad” es el que quieren imponer a los cubanos mediante sus intentos por derribar a la sociedad mayoritariamente aceptada por ellos. ¿Qué seguridad podría haber en la Habana, donde la gente y el visitante pasea actualmente sin temor, si la quieren convertir en el Miami donde sólo en 1993 fueron asesinados 10 turistas extranjeros?

   Los manejos turbios en la alcaldía y en las agencias de la ciudad expresan el alto nivel de corruptelas y descomposición existente en el gobierno y en la vida política.

Los representantes de la mafia, dueños de grandes negocios y quienes nombran a su libre albedrío a comisionados y alcaldes, esperando luego el pago de favores mediante bisnes de todo tipo, no pueden ofrecer a los cubanos una democracia pura y una política legítima. En más de una oportunidad se han destapado escándalos que han puesto al desnudo cómo esos personajillos se llevaron consigo una forma deshonesta no sólo de vivir, sino de entender el arte de gobernar.

Dígase Xavier Súarez, Carrollo, Manny Díaz, Alex Penelas o Lincoln Díaz Balart, por mencionar sólo algunos, todos han estado en algún momento acusados de cometer ilegalidades, desafueros, malversaciones, prevaricaciones, componendas y otros males.

Aún queda fresca  en nuestra memoria las bochornosas elecciones en que votan muertos y mucha gente que se abstiene aparece luego como si hubiera ejercido tal derecho. Tal artilugio ha sido usado por todos, aunque Xavier Suárez, incondicional de la FNCA, haya tenido la mala suerte de ser descubierto. Tal rejuego le costó la alcaldía en el 2002.
El propio Alex Penelas, actual alcalde  del condado Miami-Dade e involucrado hasta los tuétanos con la mafia terrorista de Miami, usó como argumentos para su campaña la intención de resolver los problemas de tráfico que enfrenta la ciudad y la situación de los miles de homeless, personas carentes de techo para vivir. Como prometer  cuesta nada, una vez se apropió de la alcaldía de la ciudad, se olvidó de las promesas y de sus votantes.
Otro de estos camajanes, Manny Díaz, accedió a la Alcaldía de la ciudad de Miami luego de un historial oscuro y dudoso. Fue nada menos que asistente del ex fiscal Kendall Coffey, enrolado en un sonado escándalo con una prostituta y uno de los abogados de los González, familiares del pequeño Elián asociados a la mafia terrorista y quienes pretendieron secuestrarlo en Miami. Manny Díaz, vinculado a lo más recalcitrante del “exilio”, se ha involucrado en diversas confabulaciones contra Cuba. Criticado por su ambición de poder, muchos en Miami lo acusan de favorecer a sus amigos y de abrirles el camino a pingües negocios. Como puede apreciarse, amigo lector, estas son algunas de las cosas que desmoronan la pretendida condición de Miami como la ciudad ideal para vivir. En ella no hay american dream alguno, sino sólo la certeza de que la vida le cierra a uno, inobjetablemente, todas las vías para sobrevivir.

Por supuesto, está demás decir que esa vida no es a la que aspira la gran mayoría de los cubanos de la isla. Ellos viven en forma modesta, es cierto, pero las carencias de hoy las compensan con una real democracia, seguridad para vivir y, sobre todo, con el privilegio de ser ellos mismos los que se dirigen. Cualquier otra forma de vivir, no les importa.

 

 

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