LA PELEA DE LOS DEMONIOS MIAMENSES CONTRA GEORGE W. BUSH.
Desde que el gobierno norteamericano de George W.
Bush trató de mantener una política relativamente cercana a lo estipulado en los
Acuerdos Migratorios entre su país y Cuba, se ha desatado una enconada polémica
en Miami, la que ha destapado la Caja de Pandora en la que afloran todo tipo de
bajas pasiones, histéricas acusaciones de “traición” lanzadas sin cortapisas
contra el inquilino de la Casa Blanca, controversiales declaraciones de los
líderes del “exilio” y, sobre todo, una abundancia de golpes bajos y puñaladas
traperas dirigidos a lastimarse entre ellos, cuestionando su fidelidad a la
causa contrarrevolucionaria.
La sabia decisión de enjuiciar a un delincuente
aéreo en un tribunal de la Florida, la devolución de los secuestradores de un
medio naval perteneciente a una entidad cubana, así como la también devolución
de 12 ciudadanos a tenor con la interpretación de “pies secos, pies mojados”,
desató de inmediato una incontenible alharaca caracterizada por la pretensión de
la FNCA y del Consejo por la Libertad de Cuba por robarse el protagonismo. No
faltaron las amenazas dirigidas a chantajear a Bush y a que cediera, a costa de
perder los votos de la Florida. Muchos llegaron a renunciar a la membresía
dentro del Partido Republicano y otros amenazaron con hacerlo; no faltó tampoco
el estigma acusatorio —tan común en la paranflenaria grotesca y vocinglera de
“La Cubanísima” y “Radio Mambí”— de “ser colaborador con la dictadura”. Muchos,
incluso, no dudaron en endilgar esos epítetos al presidente.
Mientras Ninoska, Pérez Roura y Camargo
blasfemaban a gritos desde sus micrófonos contra Bush, la FNCA se dedicó a
acorralar a sus “socios” de correrías, Lincoln Díaz Balart, a su hermano Mario y
a la loba feroz, acusándolos de incapacidad para “persuadir y presionar” a la
Casa Blanca para desarrollar una política consecuente contra Cuba. Los
representantes, por supuesto, se defendieron a capa y espada, sacándole varios
trapos sucios a la FNCA. Así, entre ataques y ripostas, transcurrió la semana
pasada y todo parecía prolongarse durante mucho tiempo.
Desde luego, el doctor Frankestein se sintió
amenazado y decidió resolver rápidamente el diferendo con sus “criaturas”. A
instancias de Bush marcharon a la Florida un grupo de personeros del State
Departament y de la USAID, muy vinculados a la mafia terrorista: Otto Reich, Dan
Fisk y Adolfo Franco. El objetivo que llevaban era claro: persuadir a los
líderes de los grupos contrarrevolucionarios para que cesaran los ataques contra
la Casa Blanca y ofrecerles ciertas garantías con respecto a la política
norteamericana hacia la Isla.
Tanto Roger Noriega, recién estrenado
Subsecretario de Estado para Asuntos del Hemisferio Occidental, en una
entrevista concedida a la AP, como Otto Reich, trataron de calmar a la mafia
terrorista. En resumen, su agenda de promesas contemplaba:
■
Mantener las restricciones de viajar a Cuba y otras medidas económicas ya
implementadas. Sin embargo, no prometieron endurecer la actual política hacia la
Isla con nuevas medidas de fuerza.
■
Intensificar el acercamiento con “la disidencia con solidaridad”, lo que
representa buscar el apoyo de sus socios de Europa y América Latina para
financiar y apoyar a la quinta columna contrarrevolucionaria que tratan de
estimular dentro de Cuba.
■
Buscar la forma de que las transmisiones de radio y televisión Martí sean
efectivas.
No fue fácil, es cierto, enfrentar a la
diversidad de posiciones en la Florida, enrarecida cada una de ellas por el afán
de protagonismo político de los líderes de la mafia. Luego de conversar con cada
uno de ellos, de ofrecimientos y acuerdos, pareció haberse logrado la calma
deseada por Bush. Sin embargo, la situación controversial parecía no tener fin.
El polémico Otto
Reich, quien tiene más de terrorista que diplomático, acabó por meter la pata y
herir las susceptibilidades de los representantes de la mafia. En una entrevista
concedida a Juan Manuel Cao, para el canal 51 de Miami, expresó: “Pero, ¿qué
haría el condado de Miami-Dade con un millón de cubanos que no hablan inglés,
que no han sido bien educados, que han vivido un gobierno totalitario donde no
existen los valores, ya sean morales o económicos que no conocen”.
Aquello fue apoteósico. Los líderes de la mafia
aprovecharon este desliz para volver al ataque. No les preocupaba el que Reich,
con sus ínfulas de americanófilo racista, tildara a los cubanos de brutos y
casi analfabetos. No les preocupaba tampoco que les llamara a los cubanos seres
sin valores morales. Lo cierto es que vieron la oportunidad de sacar partido
para continuar su ofensiva contra Bush y la aprovecharon.
Tratando de salir del embarque en el que él sólo
se había metido, Reich se apresuró a aclarar sus improperios contra los
cubanos, diciendo: “Yo mismo soy un refugiado cubano y no podría criticar a
ninguna persona que venga a este país buscando libertad”. Sin embargo, a su
pesar, el mal estaba hecho.
Poco después, para calmar los ánimos, apareció
“la zanahoria”. Adolfo Franco, viceadministrador de la USAID, se apresuró a
anunciar que habría dinero para todos, para los de allá y para los de acá. Según
el enviado de Bush a Miami, en el presupuesto del 2004 se destinarían 7 millones
de dólares para subvencionar la lucha “contra Castro”. De esta forma, uno de los
brazos financieros para la contrarrevolución, la USAID, incrementarían el
aporte de 23 millones de dólares que ha venido desembolsando desde 1996.
Si no bastara la promesa de dinero para su quinta
columna dentro de Cuba y para aquellas organizaciones que organizan desde allá a
esos falsos disidentes, Adolfo Franco se atrevió a augurar una rápida caída de
la Revolución. Según él, “la administración Bush tiene la percepción de que el
desmoronamiento del régimen cubano será pronto y para ese momento tiene ya
preparado un plan de ayuda humanitaria que incluye desde medicinas y alimentos
hasta agua potable”.
La promesa de una “ayuda”, tan similar a la
recibida por los iraquíes y afganos luego de la intervención, basada en el
hambre y la más feroz represión, no alienta ni engaña ya a nadie. Es casi seguro
que los mafiosos se miraran sorprendidos entre sí y no faltó quien cruzara los
dedos murmurando ¡Solavaya!
Para enrarecer la todavía tensa
relación entre el gobierno norteamericano y la mafia terrorista de Miami, un
grupo de legisladores republicanos de la Florida, en un alarde dirigido más que
a atacar a Bush a lograr congraciarse con sus electores, declaró en una carta
dirigida al presidente que si éste no cambia su política hacia Cuba, debe
olvidarse de su apoyo para las elecciones del 2004.
Sin tapujos, dicen en la citada carta: “Sentimos
que es nuestra responsabilidad como funcionarios republicanos electos informarle
que a menos que ocurran rápidamente progresos sustanciales en los temas antes
mencionados, tememos que el apoyo histórico y profundo de los votantes cubano
americanos a los candidatos federales republicanos, entre ellos usted, se verá
en peligro”.
De inmediato, el rápido Joe García quiso
adjudicarle a la FNCA un punto a su favor en esto del protagonismo (oportunismo)
político en la “batalla” contra Bush. Sin ambages, dijo compartir el punto de
vista de los representantes republicanos expuesto en su carta. Rechazó, de
plano, que la culpa del malestar reinante en la Florida sea de los cubanos
americanos, Lo que sucede, según él, es que “no se puede culpar a nadie más que
a los que están en el poder”. Luego, en un alarde de desafío a Bush, expresó:
“Necesitamos menos políticos visitando el sur de la Florida y diciendo ¡Que viva
Cuba Libre! con acento (chapurreado), y más acción”.
Este es el panorama sud floridano por estos días
y todo parece estar dirigido a mantener las presiones contra la Casa Blanca para
que Estados Unidos arremeta contra Cuba. Los representantes de mafia,
deslumbrados por el despliegue militar norteamericano en Irak y conscientes de
su propia incapacidad por derrotar por sí solos a la Revolución, acuden hoy a
promover una peligrosa aventura contra la Isla. No les importa el costo en vidas
que resultaría de una agresión directa contra los cubanos. Sólo piensan, por
supuesto, en satisfacer las venganzas acumuladas durante cuatro décadas y para
lograrlo, por carecer de valentía para marchar al frente en los combates,
presionan a Bush para que envíe a jóvenes norteamericanos a una muerte segura.
De todas formas, a pesar de zanahorias y
garrotes, los cubanos de aquí no nos asustamos y estamos conscientes que otro
Playa Girón les está esperando. ¡Allá ellos!