Gran alboroto ha suscitado el reciente
anuncio de la CEPAL en relación con un aumento de la pobreza en América Latina.
De acuerdo con el informe titulado “Panorama Social de América Latina
2002-2003”, la organización regional augura más pobreza para nuestro continente
y, por ende, un empeoramiento de las condiciones de vida de nuestros hermanos
latinoamericanos.Basta analizar algunas cifras para tomar conciencia de la
gravedad de la situación:
·La pobreza aumentará en América
Latina de la sorprendente cifra del 43.4 % a la asombrosa cifra del 43.9 %. Esto
significa que, si en el 2002 eran pobres nada menos que 220 millones de
latinoamericanos, en el 2003 esa cantidad crecerá aún más.
· La indigencia también aumentó. Del
18.8 % existente en el 2001, creció hasta el 18.8 % en el 2002. Lo triste y
sorprendente es que se pronostica una elevación hasta el 19.4% en el 2003. De
acuerdo con estos fríos números, las personas incapaces de cubrir sus
necesidades básicas para vivir aumentarán aún por encima de los 95 millones de
ciudadanos.
· Causa rabia, a su vez, que la
mitad de los pobres en nuestro continente sean niños y adolescentes, en
correspondencia con un informe dado a conocer el 7 de febrero del presente por
el Centro de Investigaciones de la UNICEF. En correspondencia con este
informe, el 59 % de los niños de 0 a 12 años son pobres, ocurriendo lo mismo
con el 51 % de los situados entre 13 y 19 años de edad y el 35 % de los mayores
de veinte años de edad. La verdad golpea con toda su crueldad: más de la mitad
de nuestro futuro está condenada a la pobreza antes de nacer.
Este preocupante y desolador panorama
es el resultado de la permanente expoliación de las riquezas de nuestros países
por parte del imperialismo, en contubernio con las burguesías nacionales y
acrecentado aún más con las recientes aplicaciones de fórmulas neoliberales. Es,
a la vez, la causa del incontrolable descontento social existente en la región y
cuyas consecuencias resulta difícil predecir.
El poderoso vecino del Norte,
principal responsable de estos males que padece América Latina, aún recurre a
frases altisonantes y cargadas de falsedad para mostrar “su preocupación” por
los que sucede al sur de sus fronteras. Kim R. Holmes, Secretario Adjunto para
Asuntos de Organizaciones Internacionales del Departamento de Estado
norteamericano expresó: “La paz, la prosperidad y la libertad –estos son los
principios fundamentales que alimentan la forma singular de política exterior
conocida como internacionalismo norteamericano”. Irrita, por supuesto, tanta
falsedad y la creencia de la Casa Blanca de que nuestros pueblos pueden seguir
siendo engañados con esta verborrea.
El propio funcionario
norteamericano se complace en proclamar que el internacionalismo norteamericano
“no es proteccionista ni expansionista”, a la vez que está dirigido a “promover
oportunidades”. Tales falacias, contenidas en su artículo “El internacionalismo
norteamericano promueve libertad, democracia y desarrollo”, aparecido el
boletín electrónico del Departamento de Estado correspondiente a agosto del
2003, no es capaz de convencer a nadie. ¿Qué oportunidades puede promover
Estados Unidos en América Latina cuando la pobreza aumenta incontrolablemente?
¿Qué desarrollo pueden experimentar nuestras naciones si su riqueza es robada
por los mismos que “se preocupan” por la situación de deterioro de sus
economías? ¿Qué oportunidades pueden esperar hoy por hoy los más de 95 millones
de indigentes que sobreviven a duras penas en Latinoamérica?
No cabe la menor duda que las falsas
preocupaciones, sin embargo, tienen algo de realidad para los Estados Unidos,
plenamente interesados en mantener una retaguardia segura mientras se lanzan
descontroladamente a sus aventuras por dominar al mundo por la fuerza. La
erupcionante realidad latinoamericana de hoy puede afectarlos y ellos, desde
luego, harán todo lo posible por impedirlo. La aparición de gobiernos
progresistas en Venezuela, Argentina y Brasil preocupados por liberarse de las
ya arcaicas relaciones carnales con EE UU, los esfuerzos de crear mecanismos de
integración alternativos y más justos frente a los esfuerzos anexionistas del
ALCA, el desarrollo acelerado de los movimientos sociales en la región y la
existencia de Cuba como modelo de desarrollo diferente, tienen que preocupar a
los moradores de la Casa Blanca. Prueba de ello son, sin lugar a dudas, las
recientes declaraciones y medidas adoptadas por los representantes de la
administración norteamericana en los últimos meses.
La actual administración
norteamericana está interesada en diseñar una nueva estrategia de acercamiento
hacia América Latina, encaminada a reforzar sus mecanismos de dominación en la
región. Por ello, retomando la idea bushiana de convertir esta centuria en “el
siglo de las Américas”, se han preparado diferentes estrategias encaminadas a
frenar la naciente ola de descontento que sacude al continente y revertir este
proceso a favor de los objetivos de EE UU.
En mayo último, el recién
estrenado Secretario de Estado Adjunto para los Asuntos del Hemisferio
Occidental, Roger Noriega, entonces representante permanente ante la OEA,
declaró ante el Senado norteamericano: “es imprescindible que pongamos atención
a la estabilidad y seguridad en los países vecinos también”, ya que (…) “la
prosperidad de Estados Unidos depende de la presencia de gobiernos sólidamente
democráticos y transparentes en el Hemisferio Occidental”.
La estrategia norteamericana abarca un
conjunto de medidas de largo alcance entre las que sobresalen el
establecimiento de un Área de Libre Comercio para las Américas (ALCA) y el
programa de la Cuenta del Reto del Milenio.
Los esfuerzos norteamericanos de
implementar el ALCA mediante la conclusión de las negociaciones en enero del
2005 y de su puesta en vigor ese mismo año, están encaminados a establecer los
mecanismos necesarios para mantener su dominación en la región, subordinar aún
más las economías latinoamericanas al poderoso Norte y convertir a nuestros
países en consumidores obligados de sus productos. El ALCA, está demostrado ya
con la experiencia mejicana, aplastará a los productores nacionales en beneficio
de los norteamericanos y agudizará el desbalance comercial existente
actualmente.
Por su parte, “la zanahoria” ofrecida
por Bush mediante el programa de la Cuenta del Reto del Milenio, no es más que
una supuesta ayuda al desarrollo de aquellos países que cooperen con Estados
Unidos, favoreciendo a su actual política internacional. Según expresó Colin
Powell, Secretario de Estado norteamericano, el pasado junio, ante las sesiones
de la Asamblea General de la OEA, celebrada en Chile, la Cuenta del reto del
Milenio representaría la mayor ayuda norteamericana al exterior desde el Plan
Marshall. De esta manera, EE UU aportaría 5 mil millones de dólares en ayuda
exterior. Sin embargo, está demostrado que la Casa Blanca no ofrece plata sin
poner condiciones y Powell declaró al respecto: “La Cuenta del reto del Milenio
sólo será para los países que se gobiernan con justicia, invierten en sus
pueblos y favorecen la libertad económica”. En simples palabras, quedarán
excluidos de la MCA todos aquellos países que sean bien vistos en términos
políticos por la actual administración yanqui.
Todos estos hechos, como hemos
analizado, explican el interés actual de Estados Unidos por América Latina,
evidenciados en una estrategia cada vez más activa encaminada a reforzar sus
mecanismos de dominación y control en la región, en un contexto en que el
aumento de la pobreza anuncia un incremento del descontento social, de la toma
de conciencia en nuestras naciones expresada por la oposición al neoliberalismo
y la búsqueda de mecanismos de integración más justos, así como de un marcado y
creciente antiimperialismo.
La preocupación del internacionalismo
norteamericano por Latinoamérica no descansa, por tanto, en la buena fe, sino en
el deseo de contrarrestar los aires de justicia social que se empiezan a sentir
en nuestras naciones, cada vez más pobres, pero más interesadas en la búsqueda
de soluciones.