A
grandes rasgos, las asignaciones del gobierno en temas de seguridad son:
·
Incremento en un 9,7 % en los gastos para seguridad territorial, sin
incluir al Departamento de Defensa y al Proyecto de Escudo Biológico.
·
Aumento en 2 600 millones de dólares para las asignaciones que recibirá
el Departamento de Justicia para la lucha antiterrorista, que implica un
incremento del 19 % con respecto al presupuesto del 2004. Baste señalar
que desde el 2001, los EE UU han gastado 13,000 millones de USD en la
llamada lucha antiterrorista.
·
Este incremento en el Departamento de Justicia, elevaría las
asignaciones que recibirá el Buró Federal de Investigaciones (FBI) a la
astronómica cifra de 5,100 millones de dólares (60 % más del recibido
por esta agencia en el 2001). Estos incrementos propiciarán más agentes
de campo en la lucha antiterrorista, un mejoramiento de la capacidad de
inteligencia del Buró, así como un apoyo financiero al Centro de
Integración de Amenazas Terroristas (TTIC), que funge actualmente como
una entidad compuesta por varias agencias, llamada a reunir y analizar
toda la información sobre grupos terroristas y otras tareas de
prevención de amenazas.
Para nadie resulta
sorprendente que estos desembolsos de la administración Bush, en su
cacareada cruzada antiterrorista, se han hecho a costa del
contribuyente norteamericano y de eliminar importantes y necesarios
programas de beneficio social. ¿De qué sirve, se preguntaría cualquier
ciudadano norteamericano común, gastar tanto dinero en prevención del
terrorismo, si esto se hace a costa de apretarnos el cinturón a límites
casi insoportables?
La creación del Departamento de Seguridad del Territorio Nacional (DHS)
por parte de la administración Bush, con la misión de proteger a la
nación y las infraestructuras críticas, así como la recopilación y
análisis de la información sobre posibles ataques terroristas, fue la
expresión del más alto grado de histeria exacerbada por el propio
gobierno contra potenciales ataques de fuerzas irregulares enemigas, a
la par que un medio para llevar a cabo la persecución de las fuerzas
progresistas y la contención del creciente flujo de inmigrantes hacia EE
UU.
Con la creación del DHS se unificó el accionar del sistema de Aduanas y
Protección Fronteriza (CBP), estableciendo una fuerza de cara al
exterior integrada por 29 000 oficiales uniformados en las fronteras,
divididos en 18 000 pertenecientes al propio CBP y 11 000 a la Patrulla
Fronteriza.
De la misma manera,
siguiendo la casi paranoica política de mantener cerradas las fronteras
a posibles ataques terroristas, en vez de propiciar a nivel
internacional un clima de discusión y cooperación en la lucha contra
este flagelo, y desechar a la par guerras criminales que no hacen otra
cosa que estimular a la propia actividad terrorista (como quedó
demostrado recientemente en Madrid), la actual administración
norteamericana estableció diversos programas de protección a costa del
desembolso de grandes recursos, entre los que se destacan:
►
Intensificar los patrullajes marítimos a cerca de 124 000 por parte del
Servicio de Guardacostas y 13 000 por parte de la fuerza aérea,
abordando e inspeccionando a cerca de 92 000 embarcaciones y deteniendo
a 14 000 inmigrantes. Todo esto en período que media desde septiembre
del 2001 al 2004.
►
Contratación y
capacitación de 45 000 inspectores federales para ejecutar las tareas de
seguridad aeropuertaria.
►
Creación del Centro de Inspección del Terrorismo, cuya finalidad es
proporcionar apoyo operativo inmediato a la labor de inspectores
federales y otras agencias norteamericanas, tanto dentro del territorio
nacional como en el exterior.
La campaña
antiterrorista norteamericana en América Latina.
Los Estados
Unidos conceden extraordinaria importancia a la actual campaña
antiterrorista en Latinoamérica como un poderoso medio para apuntalar a
su política ingerensista en esta región y disponer de un traspatio
seguro para su política a nivel mundial.
Es por ello que en
la reciente Cuarta Sesión Ordinaria del Comité Interamericano contra el
Terrorismo (CICTE), efectuada en Montevideo, Uruguay, entre los días 28
y 30 de enero del presente, altos funcionarios norteamericanos se
dedicaron exaltar el papel del CICTE en el cumplimiento de los
compromisos continentales contra el terrorismo. John Maisto,
representante permanente de los EE UU ante la OEA, expresó al respecto:
el CICTE “se ha establecido a sí mismo, a nivel mundial, como uno de los
principales organismos continentales.”
Por su parte,
Cofer Black, coordinador para antiterrorismo en el Departamento de
Estado norteamericano, expresó el 29 de enero al dirigirse a los
participantes en el evento, que los objetivos actuales de su
administración son, en materia de lucha contra el terrorismo, los
siguientes:
1) Derrotar a las organizaciones terroristas de alcance mundial
mediante el ataque a su liderato, finanzas y comunicaciones;
2) cooperar con otras naciones para privar a los terroristas de
patrocinio, apoyo o refugio;
3) ocuparse de las condiciones subyacentes que los terroristas tratan
de explotar;
4) defender a Estados Unidos, sus ciudadanos e intereses en el país y
en el extranjero mediante la aplicación sostenida de recursos
diplomáticos, financieros, de inteligencia, militares y de ejecución de
ley.
Para ello,
obviamente, ambos funcionarios reconocieron el importante papel que le
corresponde a la región para procurar que la misma no se convierta en
zona para tránsito de terroristas, refugio de los mismos o marco
propicio para el tráfico de armas o lavado de dinero. Insistiendo en
este punto, Cofer Black instó al CICTE y a la OEA “para asegurar que
nuestro hemisferio desarrolle una estrategia antiterrorista bien
coordinada y abarcadora”.
Al respecto,
recabó más apoyo a los programas establecidos por EE UU, tales como la
Iniciativa de Seguridad contra la Proliferación (destinada a contener la
proliferación de armas de destrucción masiva), así como el US-Visit, la
Iniciativa de seguridad en Contenedores el Programa de Interceptación
Terrorista. Dentro de este propósito, hizo un llamado a cooperar
mediante el intercambio de información sobre amenazas al espacio
cibernético y propiciar el establecimiento de un Equipo de Respuesta a
Incidentes de Seguridad de Computadoras. Finalmente, Black destacó:
“Organizando nuestros recursos para proveer ayuda a la creación de
capacidad, podemos disuadir a los terroristas de tomar como blancos los
estados más débiles o usarlos como refugios seguros o para recaudar
fondos…”.
No podía faltar,
por supuesto, la zanahoria a la hora de recabar apoyo para la política
antiterrorista de la administración norteamericana. En presencia de
Cofer Black y John Maisto, así como de Crescencio Arcos (Director de
Asuntos Internacionales del departamento de Seguridad Interna) y de John
Malcom (vicesecretario del Departamento de Justicia), se hizo el anuncio
de que EE UU entregaría 1,6 millones al CICTE.
Días después, el 3 de marzo del 2004, el vicejefe del Comando Sur de
EE UU, general Rod Bishop, insistió en el tema de la cooperación
hemisférica contra el terrorismo. Durante la Conferencia “La conexión
terrorista del Medio Oriente en América Latina y el Caribe”, efectuada
en Washington, identificó diversas zonas de la región como propensas a
actividad de refugio, tránsito y lavado de dinero por parte de
terroristas. Entre ellas señaló la triple frontera entre Argentina,
Brasil y Paraguay, Isla Margarita (en Venezuela), Colombia y
Trinidad-Tobago.
Por supuesto, enfatizó en
la necesidad de detener esas actividades mediante la mayor cooperación
entre las naciones del hemisferio.
Tanto Bishop como
William Pope, coordinador adjunto principal de la lucha antiterrorista
del departamento de Estado y participante también en la conferencia,
reconocieron el apoyo a las políticas norteamericanas en gran parte de
la región y la necesidad de perfeccionar la capacidad de respuesta de
los países de la misma en la lucha antiterrorista.
Un día antes, específicamente el 2 de marzo, otro alto funcionario
abordó el tema de la cooperación hemisférica contra el terrorismo. El
Secretario Adjunto para el hemisferio Occidental del departamento de
Estado, Roger Noriega, realizó un amplio informe ante la Comisión de
Relaciones Exteriores del Senado de Estados Unidos.
El discurso de
Noriega en nada se diferenció al de otros funcionarios norteamericanos,
destacando en primer lugar la importancia de la región para las
concepciones geopolíticas norteamericanas. Dentro de este enfoque hizo
una edulcorada loa al predominio de una pretendida democracia en la
región y, por supuesto, no podía dejar escapar la oportunidad para
lanzar diatribas contra Cuba, la única excepción “antidemocrática” para
él. Al respecto, señaló: “Nos proponemos ayudar a crear las condiciones
que pondrán fin al único gobierno totalitario del hemisferio y
reintegrarán al pueblo cubano como miembro de la sociedad de las
Américas”.
Sin lugar a
dudas, el señor Noriega no podía pasar por alto ante los miembros del
Senado la forma de justificar los fondos solicitados para “ayudar” a los
países de la región. Para ello usó el manido argumento de que estas
naciones poseen plena conciencia de la necesidad de luchar contra el
terrorismo y otros males, pero carecen de capacidad para hacerlo.
Estados Unidos, por ende, está llamado a apoyarlos y proveerlos de
recursos para tal fin. Noriega solicitó la cifra de 731 millones de
dólares en el Presupuesto para el año fiscal 2005, incluyendo a
Colombia, para apoyar la lucha contra el comercio de narcóticos y el
narcoterrorismo a través de la Iniciativa Antidrogas Andina (IAD).
Un hecho de
particular importancia fue el reconocimiento por parte de Noriega de la
reorientación de fondos para combatir el delito hacia la lucha
terrorista, tal como ocurrió en la zona de la triple frontera entre
Argentina, Brasil y Paraguay.
Por su parte, con
respecto a la Financiación Militar Externa (FMF), Noriega solicitó la
cifra de 108 millones de dólares para desarrollar programas vinculados
a:
1)
Fortalecimiento de la autoridad en zonas remotas en las que pueden
refugiarse terroristas y narcotraficantes.
2) Reforzar la seguridad territorial controlando las vías de ingreso a
estados Unidos.
3) Mejorar la capacidad de determinadas fuerzas de la región para
procurar el mantenimiento de la paz.
Este último
objetivo condiciona la ayuda norteamericana a que las naciones apoyen a
Estados Unidos en su política agresiva a nivel internacional,
reconociendo Noriega el papel de Nicaragua, El Salvador, Honduras y
República Dominicana para participar en la guerra de Irak. La zanahoria,
sin lugar a dudas, servirá de premio y estímulo a las posiciones
lacayunas de determinados gobiernos latinoamericanos.
En esencia, la campaña antiterrorista norteamericana para América Latina
está dirigida a fines que en nada beneficiarán a las naciones de la
región y de los que el gigante del norte sacará un mejor provecho. Al
erigirse en líder de la misma, siendo el que la financia, busca:
·
Garantizar un traspatio seguro mientras se lanza a aventuras bélicas en
el resto del mundo.
·
Fortalecer sus mecanismos de dominación en la región al proveer de
recursos a gobiernos que los apoyan incondicionalmente.
·
Utilizar estos recursos y medios sofisticados para debilitar a los
movimientos revolucionarios y progresistas en el área.
·
Y, por último, disponer de socios comprometidos a aportar tropas y apoyo
en sus campañas bélicas en el mundo a cambio de un puñado de dólares.
Corresponde a
todos, pues, descubrir la verdadera esencia de esta campaña
antiterrorista para la América Latina, por cuanto en nada beneficia a
nuestros países, ya que esos cuantiosos recursos no están destinados al
desarrollo, a la erradicación de la pobreza y las enfermedades que
asolan a nuestros países, sino a consolidar los mecanismos de
dependencia al poderoso vecino del Norte.