RESPUESTA AL SEÑOR
WILLIAMSON, EMBAJADOR NORTEAMERICANO ANTE LA COMISION DE DERECHOS
HUMANOS DE GINEBRA.
El libre acceso a la educación superior como un derecho humano. ¿Quién
lo viola?
Es nada menos que Richard S.
Williamson, actual embajador de Estados Unidos ante el 60 Período de
Sesiones de la Comisión de Derechos Humanos en Ginebra, quien está
capitaneado en este foro la actual campaña anticubana. Con hipócrita
retórica, aprendida quién sabe dónde, y mezclada con una cara
compungida de actor barato, este funcionario norteamericano expresó:
“Estados Unidos se siente moralmente obligado a hablar sobre las
violaciones de los derechos humanos en países como China y Cuba.”
Y para concluir su intervención durante una sesión informativa celebrada
el 26 de marzo pasado, el mentiroso de turno planteó ante los
periodistas presentes: “Pensamos que hacer que la Comisión de Derechos
Humanos plantee una vez más preguntas acerca de la abominable situación
en Cuba, es a la vez beneficioso y necesario.”
No cabe la menor duda que el señor
Williamson aprendió su libreto. Sin embargo, este funcionario no contó
con el hecho de que la verdad no puede ocultarse. Mientras aún
retumbaban sus diatribas en los oídos de los periodistas asistentes, una
noticia preocupó a muchos de los ciudadanos en la Florida. “Miles de
jóvenes pueden quedar sin universidad”, aseveraba una nota de Daniel
Shoer Roth, aparecida en el Nuevo Herald.
Según este periodista, el peligro de que muchos jóvenes de bajos
ingresos y representantes de las minorías sean excluidos de las aulas
universitarias, obedece a varios factores. Los crecientes aumentos en el
precio de las matrículas para acceder a una carrera universitaria, así
como notables recortes en los fondos de ayuda financiera, se han
convertido en barreras discriminatorias difíciles de vencer.
Según un informe aparecido en Washington
durante una reunión de la Asociación de Universidades y Colegios
Hispanos (HACU), la situación parece insalvable.
Según participantes en el evento, sólo en dos universidades de la
Florida, la Universidad Internacional de la Florida (FIU) y la Florida
Atlantic University (FAU), los estudiantes de pregrado han pagado un 8,5
% más por cursar estudios que lo desembolsado el año pasado. Los
estudiantes de postgrado se han visto obligados a enfrentar incrementos
de un 15 % para cursar dichos estudios.
Los actuales costos familiares para garantizar el ingreso de los hijos a
colegios se han disparado en los últimos tiempos, de manera que, hoy
por hoy, representan el 71 % de los ingresos de una familia de bajos
ingresos. Esto hace realmente imposible el acceso de estos jóvenes a las
aulas. Esta situación afecta también a las familias de medianos
ingresos, cuyos gastos familiares para garantizar la educación de sus
hijos oscilan alrededor de un 19 %.
El panorama es realmente preocupante por
cuanto, en la medida que aumentan los precios de las matrículas, los
porcentajes de jóvenes automáticamente marginados aumenta también. ¿Qué
derecho a estudiar pueden tener aquellas familias latinas cuyos hijos,
un 30 %, viven en la pobreza?
La dolorosa exclusión hace que los
latinos, cuya población representa el 18 % de la apta para cursar
estudios en los colegios, vea reducida su expectativa a sólo un 9,5 %
de los alumnos matriculados.
Para salir al paso a esta desastrosa
situación, el gobierno norteamericano implementó una cacareada ley
conocida como No Child Left Venid (Que ningún niño se quede atrás),
aprobada ya por ambas cámaras del Senado. En esencia, esta legislación
no ataca los males de fondo del sistema educativo en Estados Unidos,
principalmente los bajos ingresos de miles de familias norteamericanas y
la deficiente calidad de la enseñanza que provoca, por ejemplo, que sólo
el 17 % de los estudiantes de cuatro grado, por citar un caso, saben
leer de acuerdo con las exigencias de su nivel escolar.
Hace apenas dos días, el secretario de
educación norteamericano, Rod Paige, firmó un acuerdo mediante el cual
el gobierno se compromete a aumentar su apoyo a las familias de más
bajos ingresos y a los miembros de las minorías. Con un irrisorio
presupuesto fiscal para el año venidero, 95,9 millones de dólares, se
pretende paliar la situación que padecen las 265 universidades
pertenecientes a la HACU. Es importante notar que esta cifra
presupuestaria sólo representa un incremento de 1,9 millones con
respecto al 2004.
El propio Rod Paige alabó el programa de ayuda federal Pell Grant, que
prevé un fondo de 12,9 millones de dólares para ayudar a jóvenes de
bajos recursos para ingresar a universidades. Sin embargo, sabido es que
el mismo sólo cubre el 39 % de los costos del estudiante y no resuelve
la situación de la gente pobre.
Obviamente, también el limitado papel del gobierno federal en relación
con la enseñanza pública se convierte en otro problema. Encargado de
proveer una pequeña porción del financiamiento a la educación y dejando
la mayor parte a los estados, le resulta imposible contribuir a la
solución de este problema y de garantizar una de sus más importantes
misiones: “asegurar igualdades educativas a los ciudadanos”.
Por lo tanto, parece ser que el señor
Williamson se olvidó de estas cosas cuando se ha puesto a tirar piedras
al techo del vecino. Valdría recordarle que su techo es de vidrio y hay
que ser muy demagogo o mentiroso a la hora de calumniar a los demás.
El gobierno de la República de Cuba, por su parte, ha tomado muy en
serio el derecho de todo joven de acceder libremente a la educación
superior. Baste señalar que este año matricularon 300 mil alumnos en
las universidades y va en dirección a vencer records anteriores de
matrícula. Este logro se debió fundamentalmente al programa de
universalización de la universidad, mediante el cual 161 500 jóvenes se
han incorporado a las aulas universitarias. Sin cobrarles un centavo,
acceden a una educación de probada calidad, aquellos jóvenes
desvinculados laboralmente hasta el momento o que, incluso,
abandonaron los estudios hace algún tiempo. Esta masificación de la
enseñanza superior abarca también a miles de obreros del sector
azucarero que reciben un salario por estudiar en este sistema
educacional.
Creo, entonces, que a la hora de hablar de derechos
humanos, correspondería al señor Williamson detenerse a pensar sobre el
bochornoso papel que le ha asignado su gobierno en Ginebra, con lo que
evitaría traicionar a la verdad y convertirse en un hazmerreír ante la
historia.