Hace
apenas dos días, recibí vía electrónica un urgente mensaje proveniente
de Palestina, titulado un “Llamado de socorro de La Unión de Comités de
Atención a la Salud de Gaza”. En el mismo se denuncia la salvaje
agresión israelí que tiene lugar, desde el 28 de septiembre último, en
el norte de Gaza.
Con
honda pena e indignación, los remitentes informan al mundo sobre los
enormes daños causados en el campamento de Jabalia, en los poblados de
Beit Lahia y Beit Hanun, alcanzando el preocupante saldo de más de cien
asesinados y centenares de heridos; decenas de viviendas destruidas;
tierras sembradas arrasadas, así como una considerable afectación en la
infraestructura.
La
barbarie del ocupante israelí no tiene límites. Mediante el empleo
abusivo de la fuerza bruta, despojan de sus hogares y bienes a decenas
de familias. El terror sembrado en el campamento de Jabalia,
considerado el más grande de la Franja de Gaza y el de mayor Índice de
pobreza y desempleo, y donde viven hacinadas casi 80 mil personas, no
tiene tampoco parangón. Allí se asesina y mutila impunemente aun pueblo
indefenso en nombre de una política racista y en nombre de un supuesto
y controvertido antiterrorismo.
Haciendo
uso de un criminal bloqueo, arma a la que acuden los poderosos con
frecuencia, se impide la llegada de alimentos, leche y agua potable para
los sufridos pobladores Las condiciones sanitarias se deterioran
considerablemente y prolifera el peligro de epidemias. Niños, mujeres,
ancianos y enfermos, son las víctimas principales de esta tragedia. El
irrespeto del agresor también se ceba contra médicos, enfermeras,
hospitales y ambulancias, haciendo más crítica la situación.
Ante ese
peligro, “la Unión de Comités de Atención a la Salud condena la salvaje
embestida contra civiles, advierte sobre un desastre ambiental y de
salud, y llama a un urgente socorro de todas las instituciones
humanitarias a nivel nacional, regional e internacional para asumir sus
responsabilidades y extender su ayuda los damnificados en el norte de
Gaza, garantizándoles alimentos, leche para los niños y medicamentos”.
Acostumbrado como estoy a repudiar la injusticia, no puedo permanecer
impávido ante esta agresión contra la cordura y la razón. Cada minuto
transcurrido es una bofetada, no sólo contra éste pueblo mártir, sino
contra cada ciudadano del mundo. Es doloroso vivir en nuestro planeta y
tener tantas cosas de qué avergonzarnos. La vergüenza mayor sería la de
callar o desmarcarse de tanta injusticia.
Hago
pues un llamado para detener la barbarie sionista. Lo que se hace hoy
contra el pueblo palestino no difiere en nada de lo que se hace contra
los pueblos afgano e iraquí. No difiere en nada de lo que podría
hacerse en un futuro contra otros pueblos. ¡Basta ya de permitir a los
capitanes de la ignominia que paseen sus botas por el mundo, pisoteando
a diestra y siniestra, en nombre de una doctrina mentirosa e injusta!
Los
cómplices de este genocidio son los mismos que se erigen en defensores
de los derechos humanos en el mundo. Son los que apañan y apoyan al
sionismo y otras doctrinas enfermizas, distorsionando realidades y
fabricando amenazas inexistentes. Son los mismos que un día, a la larga
o la corta, serán vencidos por los pueblos.
¡Hagamos
saber, entonces, nuestra solidaridad moral y material a los esforzados
miembros de la Unión de Comités de Atención a la Salud de Gaza,
contactándolos en el E-mail:
uhccgz@palnet.com! Digámosles que el mundo está junto a ellos en
esta lucha contra la injusticia.