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di Froilán González
e Adys M. Cupull Reyes
El 8 de octubre de 1967
Sobre los hechos
de este día, Inti Peredo escribió:
"La madrugada del 8 de octubre fue fría. Los que
teníamos chamarra nos la colocamos. Nuestra marcha era lenta porque el
Chino (Juan Pablo Chang-Navarro Lievano) caminaba muy mal de noche y
porque la enfermedad del Moro (Octavio de la Concepción de la Pedraja)
se acentuaba. A las 2 de la mañana paramos a descansar y reanudamos
nuestra caminata a las 4..."
Cuando los
guerrilleros se detuvieron para tomar agua de un arroyito los localizó
Pedro Peña, uno de los espías del ejército, que disfrazado de campesino
recorría la zona. Peña se ocultó para observar el lugar exacto, se
dirigió hacia La Higuera y dió la información, que fue comunicada
inmediatamente por radio a los jefes militares acantonados en los
alrededores de la zona, dos compañías rangers con 145 hombres cada una y
un escuadrón con 37, formados y adiestrados por asesores norteamericanos.
Existían, además, otras compañías y todas se movilizaron hacia el Yuro.
A las cinco y media de la madrugada, los guerrilleros
alcanzaron un punto donde se unían dos quebradas. Inti Peredo narró:
"La mañana se descargó con el sol hermoso que nos
permitió observar cuidadosamente el terreno. Buscábamos una cresta
para dirigirnos luego al río San Lorenzo. Las medidas de seguridad se
extremaron, especialmente porque la garganta y los cerros eran
semipelados, con arbustos muy bajos, lo que hacía casi imposible
ocultarse".
De acuerdo con los relatos de Inti y de los
sobrevivientes de la guerrilla, se ha podido constatar que el Che, con
el seudónimo de Ramón, decidió enviar exploradores, los que comprobaron
que los soldados estaban cerrando el paso. El Che ordenó retirarse para
otra quebrada, pero esta terminaba en unos farallones y prácticamente no
tenía salida. Ante tal circunstancia, Inti Peredo, en su libro Mi
campaña junto al Che, analizó la situación de la siguiente forma:
"¿Qué perspectiva nos quedaba?".
"No podíamos volver atrás, el camino que habíamos
hecho, muy descubierto, nos convertía en presas fáciles de los
soldados. Tampoco podíamos avanzar, porque eso significaba caminar
derecho a las posiciones de los soldados. Che tomó la única resolución
que cabía en ese momento. Dio orden de ocultarse en un pequeño cañón
lateral y organizó la toma de posiciones. Eran aproximadamente las 8 y
30 de la mañana. Los 17 hombres estábamos sentados al centro y en
ambos lados del cañón esperando".
"Che hizo un análisis rápido, si los soldados nos
atacaban entre las diez de la mañana y la una de la tarde estábamos en
profunda desventaja y nuestras posibilidades eran mínimas, puesto que
era muy difícil resistir un tiempo prolongado. Si nos atacaban entre
la una y las tres de la tarde, teníamos más posibilidades de
neutralizarlos. Si el combate se producía de las tres de la tarde
hacia adelante las mayores posibilidades eran nuestras, puesto que la
noche caería pronto y la noche es la compañera aliada del guerrillero".
Se encontraban en la quebrada del Yuro, de unos 1 500
metros de largo, por unos 60 de ancho, y de 2 metros a 3 en la zona por
donde corre el arroyo.
Aproximadamente a las 13 y 30 comenzó el combate,
pero la firme resistencia de los guerrilleros detuvo el avance del
ejército. Las posibilidades de salida durante el día estaban cerradas,
porque las laderas eran abruptas y terminaban en zonas sin vegetación,
desde donde fácilmente los soldados podían hacer blanco.
El entonces capitán Gary Prado, se movió hacia la
zona de operaciones y comunicó a Vallegrande que estaba combatiendo y
necesitaba el envío urgente de helicópteros, aviones y refuerzos
militares. Le mandaron aviones de combate AT 6, cargados con bombas de
napalm, pero no pudieron operar por la proximidad entre los soldados y
los guerrilleros.
Después de dos horas de combate de fuego intenso, el
Che decidió dividir la tropa en dos grupos, de manera que unos, los
enfermos, pudiesen avanzar, mientras él se quedaba al frente de los que
podían combatir para detener el avance del ejército.
El Che, herido en una pierna, continuó combatiendo
hasta que fue inutilizada su carabina y agotadas las balas de su
pistola. Los combatientes Antonio (Orlando Pantoja Tamayo) Arturo (René
Martínez Tamayo) y Pacho (Alberto Fernández Montes de Oca) se
encontraron entre dos fuegos y emprendieron una concentrada resistencia,
que les ocasionó varias bajas a los soldados, hasta que una potente
granada hizo blanco sobre ellos.
Los soldados que estaban en el punto por donde
escalaron el Che y el boliviano Willy Cuba explicaron que el Che tenía
la carabina M 1 dañada, inmovilizada por un impacto que recibió en la
recámara, su pistola no tenía cargador y únicamente portaba una daga.
El suboficial Bernardino Huanca, se acercó al Che y
le asestó un culatazo en el pecho; luego le apuntó de manera amenazante
para dispararle. Willy (Simeón Cuba) se interpuso y le gritó con voz
autoritaria:
Huanca se comunicó con Gary Prado, que le ordenó el
traslado de los dos guerrilleros hasta un árbol a unos 200 metros de
distancia, donde él se encontraba y se puso en contacto por radio con el
puesto del ejército en Vallegrande, para notificar acerca del combate de
la Quebrada del Yuro y la caída del Che. La información fue retrasmitida
a las 15:30 horas. La copia textual es la siguiente:
"Horas: 14: 50
hoy a 7km. N.O. de Higueras en junta Quebradas
Jagüey Racetillo a Hs. 12:00 libróse acción, hay 3 guerrilleros
muertos y 2 heridos graves. Información confirmada por tropas asegura
caída de Ramón. Nosotros aún no confirmamos. Nosotros 2 muertos y 4
heridos".
"Horas: 15:30
Prado desde Higueras 'Caída de Ramón confirmada
espero órdenes qué debe hacerse. Esta herido'".
A las 17:00 horas envían un mensaje a La Paz, que
textualmente dice:
Los soldados sacaron los cadáveres de Antonio y
Arturo, también a Pacho gravemente herido. El Che se conmovió cuando los
vio y pidió que le permitieran prestarle ayuda médica, pero no lo
admitieron.
A las 17:30 el ejército decidió retirarse del área de
operaciones y regresar hacia el poblado. En la dificultosa marcha, el
Che iba vigilado por varios soldados, detrás Willy Cuba ambos con las
manos amarradas, luego Pacho en grave estado, ayudado por algunos
soldados y, finalmente, los muertos.
Continuaron la marcha y antes de llegar al caserío se
encontraron con Miguel Ayoroa, comandante del batallón Ranger y
con Andrés Sélich, comandante del regimiento de ingenieros de
Vallegrande, quien había llegado en helicóptero. Los acompañaban Aníbal
Quiroga, corregidor de La Higuera y algunos campesinos con mulas para
cargar a los muertos. Andrés Sélich profirió insultos y amenazas contra
el Che; dos soldados le quitaron los relojes y otras pertenencias.
El corregidor contó:
"El Che salió por la huerta de Florencio Aguilar,
venía caminando, primero venia él y detrás Willy y más atrás las mulas
con otro guerrillero herido. Después otros guerrilleros muertos. Yo vi
al Che, era un hombre grande, con una mirada que penetraba, y su
estatura física que infundía respeto".
A las 19:30, cuando la caravana concluyó la marcha
hasta el caserío, ya era totalmente de noche. En la oscuridad, las
tenues luces de las rústicas lámparas de queroseno o algunas velas
alumbraban las humildes chozas. Los pobladores silenciosos, temerosos,
observaban desde sus casas con extrema curiosidad; otros, como sombras,
se acercaban lentamente para ver a los guerrilleros.
Los militares llevaron al Che hasta la miserable
escuelita de La Higuera, de adobe, pajas y piso de tierra, con dos aulas,
separadas por un tabique de madera. En una de ellas, dejaron al Che, más
los cadáveres de Arturo y Antonio tirados en el suelo. En la otra, a
Willy junto a Pacho muy grave.
Después que los militares dejaron a los guerrilleros
en la escuelita, se dirigieron a la casa del corregidor para comer. Más
tarde pasaron a la casa del telegrafista Humberto Hidalgo y se
dispusieron a efectuar un inventario de todas las pertenencias de los
combatientes.
Aproximadamente a las 9 de la noche, Andrés Sélich y
Gary Prado regresaron a la escuela con el propósito de interrogar al
Che, luego se les incorporó Miguel Ayoroa. Como respuesta solo
encontraron el silencio.
Sélich lo insultó; le haló con ira la barba, con tal
fuerza que le arrancó parte de esta. El Che tenía las manos atadas pero
reaccionó indignado. Las alzó con fuerza para que cayeran en el rostro
de Sélich, quien se abalanzó sobre él con la intención de golpearlo. El
Che reaccionó de la única forma que podía responderle: escupiéndole el
rostro. Sélich se abalanzó otra vez. Entonces las manos del Che fueron
amarradas por detrás de la espalda.
Volvieron a la casa del telegrafista y Sélich se
apoderó de las pertenencias de los guerrilleros. Las más valiosas desde
el punto de vista material se distribuyeron entre los oficiales de
acuerdo con la jerarquía. Sélich se quedó además con el morral del Che,
varios rollos fotográficos, y una libreta de color verde, en la cual el
Che escribió con su letra varios poemas:"Canto General" de Pablo Neruda.;
"Aconcagua" y Piedra de Hornos" de Nicolás Guillén. Posteriormente, la
libreta se la entregaron al mayor Jaime Niño de Guzmán. Los oficiales
procedieron a efectuar el inventario que entregarían al mando militar.
Pasadas las 10 de la noche de ese día 8 de octubre,
en La Higuera se recibió un mensaje desde Vallegrande que ordenaba que
debían mantener vivo al Che. El mensaje es como sigue:
"Mantengan vivo a Fernando hasta mi llegada mañana
a primera hora en helicóptero. Coronel Zenteno Anaya".
Nuevamente Gary Prado visitó al Che, ocasión en que
le dijo que dos soldados le quitaron su reloj y el de Tuma. Según
testimonio del propio Prado, él buscó a los dos militares e hizo que le
devolvieran los relojes, afirmando que el Che se los entregó para que
los guardara, porque seguramente se lo quitarían otra vez. De esta
manera, Prado se quedó con ellos. Luego conservó el del Che para sí y le
entregó el de Tuma a Miguel Ayoroa.
En la ciudad de La Paz, aproximadamente a las 18
horas, se efectuó una reunión entre René Barrientos, Alfredo Ovando y
Juan José Torres, con el propósito de analizar los mensajes recibidos
desde La Higuera y Vallegrande.
Un testimoniante, con acceso a lo tratado en esa
reunión, dijo:
"Ellos no sabían qué hacer y no se tomó ninguna
decisión. Solo se evaluaron los acontecimientos y las informaciones
obtenidas hasta ese momento y solicitaron que las mismas se ampliaran,
así como conocer nuevos detalles de lo que estaba pasando. Después
Barrientos se dirigió a la residencia del embajador norteamericano y
desde allí se comunicaron con Washington".
"A las 9 de la noche el Presidente fue interrumpido
para entregarle un mensaje desde Vallegrande, donde le solicitaron
instrucciones de cómo proceder con los prisioneros".
"Él no tenía aún decidido qué hacer y la respuesta
fue que debían mantenerlos vivos hasta esperar nuevas instrucciones".
"El comando superior trasmitió a Vallegrande las
instrucciones y desde allí a La Higuera".
La decisión de asesinar al Che estaba tomada en
Washington desde 1960. Después del fracaso de la invasión mercenaria por
Playa Girón, asumió la jefatura de la CIA Richard Helms, quien continuó
el Proyecto Cuba, que contemplaba el asesinato de Fidel, Raúl y el Che,
y la imposición, mediante la fuerza militar, de un gobierno en La Habana
afín a los intereses de Estados Unidos. Ellos aseguraban,
sistemáticamente, que la Revolución Cubana sería derrotada en cuestión
de meses. Dentro de sus planes se propusieron eliminar a sus principales
líderes.
En 1962 se creó en Washington un grupo especial
ampliado, integrado por George Mc Bundy, asesor presidencial sobre
Seguridad Nacional; Alexis Johnson, por el Departamento de Estado;
Roswell Gilpatrick, por el Pentágono; John Mc Cone, por la CIA, y Lyman
Lemnitzer, por el Estado Mayor Conjunto, todos tenían la misión de dar
cumplimiento al Proyecto Cuba.
El 19 de enero de 1962 se reunieron en las oficinas
del Secretario de Justicia norteamericano, donde se les informó que el
asunto de Cuba tenía la primera prioridad para el gobierno de Estados
Unidos y debía resolverse sin economizar tiempo, dinero, esfuerzo, ni
recursos humanos. En ella también se aprobaron varias acciones
encaminadas a destruir la Revolución Cubana y, en especial, la
eliminación física de Fidel, Raúl y el Che.
Por ello, cuando se recibió en la capital
norteamericana la información de que el Guerrillero Heroico se
encontraba herido en la escuelita de La Higuera, no fue necesario
discutirlo. La CIA, el Departamento de Estado, el Pentágono y el
Presidente norteamericano tenían tomada la decisión desde mucho antes.
Aproximadamente a las 11 de la noche del 8 de octubre,
el presidente boliviano, a través de Douglas Henderson, Embajador
norteamericano en Bolivia, recibió un mensaje desde Washington, donde
plantearon que el Che debía ser eliminado.
Entre los argumentos que el Embajador expuso al
Presidente estaban que en la lucha común contra el comunismo y la
subversión internacional, era más importante mostrar al Che totalmente
derrotado y muerto en combate; puesto que no era recomendable tener vivo
a un prisionero tan peligroso; permitir esto significaba mantenerlo en
prisión, con riesgos constantes de que grupos de "fanáticos o
extremistas" trataran de liberarlo; luego vendría el juicio
correspondiente, la opinión pública internacional se movería y el
gobierno de Bolivia no podría hacer frente por la situación convulsa del
país. Manifestó que dejarlo con vida era ofrecerle, gratuitamente, una
tribuna que iría contra los intereses de Bolivia y de Estados Unidos y
que la muerte del Che significaba un duro golpe a la Revolución Cubana
y, especialmente, a Fidel Castro.
Barrientos, Henderson y sus más cercanos
colaboradores compartieron estos puntos de vista. La reunión terminó
pasado unos minutos de la medianoche.
Mientras en el caserío de La Higuera, alrededor de
las 12 de la noche, varios soldados rangers, borrachos y enardecidos, se
disponían a asesinar al Guerrillero Heroico.
Los oficiales tenía que hacer cumplir la orden de
mantener al Che con vida. Según algunos vecinos de La Higuera, en ese
período de tiempo, murió el guerrillero herido, Alberto Fernández Montes
de Oca, Pacho, sin que en ningún momento recibiera atención médica.
Ante el intento de asesinato, Miguel Ayoroa y Gary
Prado decidieron responsabilizar con la custodia y seguridad del Che a
los oficiales Tomás, Toty, Aguilera, Carlos Pérez Panoso, Eduardo Huerta
Lorenzetti y Raúl Espinosa. Cada uno de ellos debía permanecer por turno
a su lado. Los oficiales iniciaron la custodia del Che; cuando le
correspondió a Eduardo Huerta, un joven de 22 años de edad y miembro de
una familia honorable de la ciudad de Sucre, el Guerrillero Heroico
conversó largo rato con él. Huerta contó a personas amigas que la figura
y mirada del Che le habían impresionado mucho; hasta llegar en ocasiones
de sentirse como hipnotizado, que le habló de la miseria en que vivía el
pueblo boliviano; sobre el trato respetuoso que los guerrilleros les
dieron a los oficiales y soldados hechos prisioneros y le hizo notar la
diferencia del que recibían los prisioneros del ejército.
Refirió Huerta que le pareció que era como un hermano
mayor por la forma en que hablaba. Que como sentía frío, le buscó una
manta y lo "arropó"; le encendió un cigarro que se lo puso en la boca,
ya que tenía las manos atadas a la espalda. El Che le dio las gracias;
le explicó cuáles eran los propósitos de su lucha y la importancia de la
revolución contra la explotación que el imperialismo norteamericano
sometía a nuestros pueblos.
El Che le pidió que le desamarrara las manos y recabó
su ayuda para evadirse de allí. Narró Huerta que sintió deseos de
ponerlo en libertad; salió a observar cómo estaba la situación fuera de
la escuela; habló con un amigo de apellido Aranibar, apodado El Oso, y
le pidió ayuda, pero este le dijo que resultaba muy peligroso, pues
podía costarle la vida. Entonces vaciló, temió y no actuó. Confesó que
el Che lo miró fijamente y no dijo nada, pero que él no podía sostenerle
la mirada.
Durante la noche y la madruga
del día 9 de octubre de 1967, en la escuelita de paja y barro de La
Higuera, permanecieron como prisioneros de guerrra, el Comandante
Ernesto Che Guevara y el boliviano Simeón Cuba, Willy. Al amanecer de
ese 9 de octubre, entró al aula la maestra Julia Cortés, quien influida
por los militares, tenía la intención de insultarlo y pedirle que
saliera de allí.
El Che habló suavemente con ella; hubo un intercambio
de preguntas y respuestas, le rectificó una falta de ortografía y le
habló de su importante trabajo como educadora y formadora de los futuros
hombres y mujeres de Bolivia, de aquel hecho de la historia de América
que ocurría en su escuelita y de la cual ella era testigo.
La maestra se quedó sorprendida y convencida de que
estaba en presencia de un hombre totalmente diferente a como los
militares le informaron.
"Un hombre cabal, íntegro y noble".
Así lo dijo a los soldados y pobladores de La Higuera.
La maestra salió del aula cuando un oficial, le pidió
que se alejara, porque iba a aterrizar un helicóptero. Eran las 6:30 de
la mañana. Del aparato descendieron el Coronel Joaquín Zenteno Anaya y
el agente de la CIA de origen cubano Félix Ismael Rodríguez Mendigutía,
que se hacía llamar Félix Ramos. Zenteno Anaya, en compañía del agente,
se dirigió a donde estaba el Che y habló brevemente con él.
Poco después Félix Rodríguez, en forma agresiva
comenzó a insultar al Comandante Guevara, e intentó maltratarlo con
violencia. Militares que presenciaron este encuentro, manifestaron que
parecía que el Che conocía a esta persona y sus antecedentes
contrarrevolucionarios, porque respondió con desprecio a sus insultos,
lo trató de traidor y mercenario.
A las ocho y media, aproximadamente, Zenteno Anaya se
trasladó al lugar donde se desarrolló el combate del día anterior. El
agente de la CIA instaló un equipo completo de una pequeña planta de
transmisión de gran alcance, para enviar un mensaje cifrado a la CIA;
posteriormente, montó una máquina fotográfica sobre una mesa al sol,
para fotografiar el Diario del Che y otros documentos.
En las primeras horas de la mañana del 9, el dictador
boliviano René Barrientos recibió una llamada telefónica desde
Washington. Era de su ministro de Relaciones Exteriores doctor Walter
Guevara Arce, quien participaba en una reunión de la OEA en la capital
norteamericana.
Sobre esta conversación el excanciller expresó:
"Cuando circuló la noticia de que el Che cayó
prisionero, llamé por teléfono a Barrientos y le dije: 'Me parece
vital que se conserve la vida del Che Guevara. Es necesario que en
este sentido no se cometa ningún error, porque si así fuera, vamos a
levantar una mala imagen que no la va a destruir nadie, en ninguna
parte del mundo. En cambio, si usted lo mantiene preso en La Paz,
cierto tiempo, el que sea necesario, será más conveniente, porque la
gente se pierden cuando están en las cárceles, pasa el tiempo y
después se olvidan'".
"La respuesta fue inmediata, él me dijo: 'Lamento
mucho doctor, su llamada ha llegado tarde. El Che Guevara ha muerto en
combate'. Esa fue la respuesta".
"Lo sentí profundamente, no solo por el hombre, sus
características, las similitudes de apellido, sino porque me pareció
un error político muy serio y me sigue pareciendo un error político
muy serio, en el cual hubo muchas influencias externas, para que se
cometiera este error".
"Yo estuve algo más de una semana en Washington y
comencé a percibir una gran cantidad de hechos como consecuencia de la
muerte del Che. El Che cayó herido, fue tomado preso. Estuvo toda la
noche del día 8 de octubre. Vino la noticia a La Paz y más allá
también..."
"En todo este absurdo se jugaron fuerzas exteriores
muy graves, para que darle más vuelta a la cuestión".
Concluyó el doctor Guevara Arce.
Mientras en La Paz, en las primeras horas de la
mañana del día 9, llegó al Gran Cuartel de Miraflores Alfredo Ovando, ya
se encontraban en el lugar altos oficiales, explicó que el Che se
encontraba preso en La Higuera. Sucesivamente fueron llegando el
comandante de la fuerza Aérea y el de la Naval.
Cuando arribó el dictador Barrientos, sostuvo una
reunión privada con los generales Alfredo Ovando y Juan José Torres.
Después entraron los demás militares.
Barrientos, con el deliberado propósito de
comprometer a los miembros del Alto Mando militar en la decisión,
planteó el punto de la eliminación física del Che. Lo expuso como
decisión, no para someterlo a discusión. Concluida la reunión se envió
una instrucción cifrada a Vallegrande y Ovando se dirigió hacia el
aeropuerto, donde en un avión TM-14 partió hacia esa ciudad. Con él
viajaron el contralmirante Horacio Ugarteche, los coroneles Fernando
Sattori y David La Fuente, el teniente coronel Herberto Olmos Rimbaut,
los capitanes Oscar Pammo, Ángel Vargas y René Ocampo.
Alrededor de las 10 de la mañana, en el humilde
caserío de La Higuera, el agente de la CIA Félix Rodríguez recibió un
mensaje cifrado, en cuyo texto estaba el código establecido para actuar
contra la vida del Che. El agente de la CIA, en compañía de Andrés
Sélich, se dirigió a donde se encontraba el Guerrillero Heroico. Estaba
de guardia el joven Eduardo Huerta Lorenzetti, el mismo que arropó al
Che, le dio un cigarro y conversó con él durante la madrugada.
El agente de la CIA le ordenó que se retirara del
lugar y el joven oficial obedeció, pero observó cuando Félix Rodríguez
tratando de interrogarlo, lo zarandeó por los hombros para que hablara,
le haló bruscamente por la barba y le gritó que lo iba a matar.
Huerta contó a sus amigos que como tenía que proteger
la vida del prisionero, trató de evitar los malos tratos del agente de
la CIA. En el forcejeo este se cayó y desde el suelo le gritó enfurecido:
“¡Me la pagarás bien pronto, boliviano de mierda, indio salvaje,
estúpido!”. Huerta intentó golpearlo pero Sélich se interpuso.
Unos minutos después, desde la zona de combate,
trajeron el cadáver del guerrillero boliviano Aniceto Reinaga y
prisionero al peruano Juan Pablo Chang Navarro, el Chino. El agente de
la CIA empleó la violencia para que el guerrillero hablara, lo que no
consiguió. En la revista española Interviú, de 30 de septiembre de 1987,
refieren cómo Rodríguez utilizó una bayoneta contra el guerrillero
peruano.
Aproximadamente a las 11 de la mañana regresó Zenteno
Anaya acompañado de Miguel Ayoroa. El agente de la CIA trasmitió la
decisión final de eliminar al Che, además les aclaró que con gusto
cumpliría la orden de dispararle. Poco después Ninfa Arteaga, la esposa
del telegrafista de La Higuera y en cuya casa acampaban los oficiales
bolivianos, junto con su hija, la maestra Élida Hidalgo, fueron hasta a
la escuelita a llevarles una sopa de maní al Che y a los otros dos
guerrilleros.
Ella narró:
"Los militares primero me negaron que entrara; pero
yo cociné para todos, y les dije que para ellos y para los
guerrilleros también era la comida. Pero a mí, como todo el mundo en
La Higuera me hace caso, yo dije: este señor esta preso y tiene que
comer y si no me dejan entrar para que el Che coma, no le voy a dar
comida a nadie, porque la comida es mía y yo misma la cociné".
"Yo hice una sopa de maní. Los militares dijeron
que yo entrara donde el Che. Dije que me dejaran sola con él para que
pudiera comer tranquilo. Le solté las manos, las tenía amarradas. Él
se interesó por saber si los demás guerrilleros habían comido también.
Yo le dije que habían comido".
"El Che me miró tan tierno, con mirada de
agradecimiento que yo nunca podré olvidar como el Che me miró. Los
militares no miraban así. — Ninfa llora — Cuando yo tengo un problema
grande, yo lo llamó a él, yo veo su mirada y el Che me responde... ".
Zenteno Anaya le pidió a Félix Rodríguez, que se
ocupara de ejecutar la orden de la eliminación física del Che, que si
deseaba podía hacerlo. El agente de la CIA decidió, en compañía de
Andrés Sélich y Miguel Ayoroa, buscar entre los soldados cuáles querían
ofrecerse. Aceptaron Mario Terán, Carlos Pérez Panoso y Bernardino
Huanca, los tres entrenados por los asesores norteamericanos y que en la
madrugada borrachos, quieran asesinarlo.
En entrevistas de prensa, Mario Terán declaró que
cuando entró al aula ayudó al Che a ponerse de pie; que estaba sentado
en uno de los bancos rústicos de la escuela y aunque sabía que iba a
morir, se mantenía sereno. Terán afirmó que él se sintió impresionado,
no podía disparar porque sus manos le temblaban. Dijo que los ojos del
Che le brillaban intensamente; que lo vio grande, muy grande y que venía
hacia él; sintió miedo y se le nubló la vista, al mismo tiempo,
escuchaba como le gritaban:
"¡Dispara cojudo, dispara!".
A Terán le volvieron a dar bebidas alcohólicas; pero
aún así no podía disparar. Los oficiales Carlos Pérez Panoso y
Bernardino Huanca dispararon contra el guerrillero peruano Juan Pablo
Chang-Navarro y el boliviano Willy Cuba.
Nuevamente los oficiales bolivianos y el agente de la
CIA compulsaron a Mario Terán para que disparara. A los periodistas les
contó que cerró los ojos y disparó, después hicieron lo mismo el resto
de los presentes. Ya habían pasado unos 10 minutos aproximadamente de la
una de la tarde del día 9 de octubre de 1967. El agente de la CIA
disparó también sobre el cuerpo del Che. Cometido el crimen Zenteno
Anaya regresó a Vallegrande.
Los aldeanos aterrorizados por las acciones del
ejército lentamente se acercaron temerosos, mostraban desconcierto ante
el increíble hecho del que fueron testigos. Para los pobladores de La
Higuera, un caserío pacífico, religioso y supersticioso, no era
cristiano que se asesinaran a seres humanos y empezaron a murmurar con
espanto que un castigo de Dios vendría a La Higuera por culpa de los
militares.
Alrededor de las 14 horas del 9
de octubre de 1967, aterrizó el helicóptero en Vallegrande, del cual
descendió Zenteno Anaya, lo estaban esperando los agentes de la CIA de
origen cubano, Gustavo Villoldo Sampera, que se hacía llamar Eduardo
González y Julio Gabriel García, y los bolivianos Roberto Toto
Quintanilla y Arnaldo Saucedo Parada. Zenteno se dirigió hacia donde se
encontraba Ovando con el resto de la comitiva que había llegado de La
Paz. Los agentes de la CIA recogieron los documentos de los guerrilleros
para efectuar un inventario.
El helicóptero regresó a La Higuera para trasladar a
los muertos, pero con órdenes expresas de que el Che fuera el último.
En el humilde caserío de La Higuera, testigo del
asesinato del Comandante Ernesto Che Guevara, del peruano Juan Pablo
Chang Navarro y del boliviano Simeón Cuba, los acontecimientos
conmocionaron a los pobladores. Algunos soldados, arrastraron el cadáver
antes de ponerlo en la camilla, para trasladarlo hasta el sitio en que
lo recogería el helicóptero llegado desde Vallegrande.
Los vecinos de La Higuera y algunos militares
reaccionaron indignados cuando un soldado con un palo trató de golpear
el cuerpo del Che, entonces cubrieron el cadáver con una frazada; el
sacerdote Roger Shiller rezó una oración y se dirigió a la escuelita,
lavó la sangre y guardó los casquillos de balas con que lo asesinaron.
A las 4 de la tarde partió el helicóptero piloteado
por el mayor Jaime Niño de Guzmán, transportaba, en una camilla de lona,
el cuerpo del Guerrillero Heroico. Media hora más tarde aterrizaba en
Vallegrande. A través de varios reportajes de los corresponsales de
prensa, se conoce la repercusión que provocó en Vallegrande la llegada
del cadáver.
Daniel Rodríguez, corresponsal del periódico El
Diario de la ciudad de La Paz, escribió que la noticia del arribo de los
restos del Che Guevara conmovió a la población, que en número crecido se
trasladó hasta la pista y luego al hospital. La multitud trató de
arrebatar el cadáver, pero efectivos del ejército tuvieron que
esforzarse para evitar el asalto. El pueblo se volcó a la pista y estaba
decidido a no permitir el traslado del cuerpo para ninguna parte, los
militares desamarraron el cuerpo, sujeto a la plataforma externa del
helicóptero y rápidamente lo introdujeron en una ambulancia que a toda
velocidad lo condujo al hospital "Señor de Malta".
Christopher Rooper, corresponsal de la agencia de
noticias Reuter, desde Vallegrande trasmitió:
"El cadáver fue retirado del helicóptero e
introducido en un furgón Chevrolet que, perseguido por ansiosos
periodistas que se habían trepado al primer jeep que encontraron a
mano, se dirigió hacia un pequeño local que hace las veces de morgue
en esta localidad. Se hicieron esfuerzos por impedir que espectadores
y periodistas penetraran al recinto. En la puja se destacó
particularmente un individuo rollizo y calvo, de unos 30 años, quien,
aunque no llevaba insignia militar alguna sobre su uniforme verde
oliva, parecía haberse hecho cargo de la situación desde el momento
que el helicóptero aterrizó. Esta persona viajó, asimismo, con el
cadáver, en el furgón Chevrolet. Ninguno de los jefes militares reveló
el nombre de dicha persona, pero versiones locales aducen que se trata
de un exiliado cubano que trabaja para la Agencia Central de
Inteligencia de Estados Unidos (CIA)... ".
El periodista inglés Richard Gott, del periódico
The Guardian de Londres, en su información relató acerca de la
presencia de la CIA en esa población, al manifestar que desde el momento
en que el helicóptero aterrizó, la operación fue dejada en manos de un
hombre en traje de campaña, quien y todos los puntos convergen era
incuestionablemente uno de los representantes del servicio de
inteligencia de Estados Unidos y, probablemente, un cubano. Y añadió:
"El helicóptero aterrizó a propósito lejos de donde
se había reunido un grupo de personas y el cuerpo del guerrillero
muerto fue trasladado a un camión... ".
"Nosotros comandábamos un jeep para seguirlos y el
chofer se las arregló para atravesar las verjas del hospital, donde el
cadáver fue llevado a un cobertizo descolorido que servía de morgue".
"Las puertas del camión se abrieron de repente y el
agente americano saltó, emitiendo un grito de guerra: '¡Vamos a
llevárnolos para el demonio o para el carajo, lejos de aquí!'"
"Uno de los corresponsales le preguntó de dónde
venía él. '¡De ninguna parte!', fue la respuesta insolente".
"El cuerpo vestido de verde olivo con un jacket de
zipper fue llevado al cobertizo. Era indudablemente el Che Guevara".
"Soy quizás una de las pocas gentes que lo ha visto
vivo. Lo vi en Cuba en una recepción de la embajada en 1963, y no
tengo duda de que era el cuerpo del Che Guevara" .
"Tan pronto
como el cuerpo llegó a la morgue, los médicos comenzaron a inyectarle
profilácticos. El agente americano hacía esfuerzos desesperados para
aguantar a las masas. Era un hombre muy nervioso y miraba iracundo
cada vez que una cámara era dirigida hacia él. Él conocía que yo sabía
lo que él era, y sabía también que yo creía que él no debía estar allí,
ya que esa es una guerra en la cual los Estados Unidos no debían tomar
parte".
"Sin
embargo, estaba aquí este hombre, que ha estado con las tropas en
Vallegrande, hablando con los oficiales de mayor graduación en
términos familiares".
El periodista
Richard Gott afirmó que el comandante Ernesto Che Guevara irá a la
historia como la figura más grande desde Bolívar, para luego añadir:
"Él fue
quizás la única persona que tratase de encaminar las fuerzas radicales
en todo el mundo en una campaña concentrada contra Estados Unidos.
Ahora está muerto pero es difícil imaginar que sus ideas mueran con él".
El agente de
la CIA Gustavo Villoldo en compañía de Toto Quintanilla llevaron el
cadáver hasta la lavandería del hospital "Señor de Malta", al
depositarlo en el piso, el agente demostrando su condición moral le dio
una patada; después, cuando lo subieron al lavadero, le golpeó el
rostro. Por su parte, Toto Quintanilla tomaba las huellas dactilares y
ordenaba que fuera llamada una enfermera.
Esa noche
estaba de guardia Susana Osinaga, quien, con ayuda de Graciela Rodríguez,
lavandera del hospital, procedió a lavar el cuerpo del Guerrillero
Heroico.
Los médicos
José Martínez Caso y Moisés Abraham Baptista extendieron el certificado
de defunción. Por disposición de los militares, le suprimieron la hora
del fallecimiento. De igual manera obligaron a los médicos a realizar la
autopsia y a inyectarle formol, para esperar el arribo de un equipo de
peritos argentinos.
En el hotel
Santa Teresita de Vallegrande, los agentes de la CIA y los militares
bolivianos festejaron la muerte del Che. Félix Rodríguez abrió una
botella de whisky y brindó a los presentes.
Mientras en
el caserío de La Higuera, el sacerdote Roger Shiller convocó a los
pobladores para oficiar una misa por el Che Guevara y sus compañeros
asesinados. Todos asistieron llevando velas. El silencio fue absoluto y
muy impresionante, nadie entendió por qué fueron asesinados. El
sacerdote pronunció las siguientes palabras:
El 10 de octubre de 1967, el
cadáver del Che fue expuesto en la lavandería del hospital de
Vallegrande. La monja María Muñoz relató:
"El Che
estaba como si no hubiera muerto. Había un silencio único, no
escuché que nadie hablara, ni lo creo, él con sus ojos mirándonos a
todos que parecía vivo".
Eugenio
Rosell, un maestro que en 1967 tenía 20 años de edad, narró:
"... La
población se mostró muy respetuosa a sus antecedentes, a su
capacidad, a sus ideales, a su lucha, porque no es fácil analizar y
deducir que un hombre que no había nacido en Bolivia viniera
realmente en busca de mejores soluciones para la clase oprimida, que
es la mayoría de la población, y él viniera a quedarse eternamente
entre nosotros, y eso es apreciado por el pueblo de Vallegrande... "
"Muchas
gentes... lo compararon con Cristo, pero realmente cuando yo lo miré,
vi que tenía los rasgos de comandante guerrillero y me eché a llorar,
muchas personas lloraron también".
Mientras
los pobladores acudían al lugar, se realizó una conferencia de prensa,
donde el Coronel Zenteno Anaya y Arnaldo Saucedo mostraron el Diario
del Che y aseguraron que murió a consecuencia de las heridas del
combate del día 8.
Desconocían
que el General Ovando, había formulado otras declaraciones. Las
respuestas de unos y otros al ser confrontadas por los periodistas
evidenciaban contradicciones, lo que provocó una generalizada
incredulidad; las dudas y confusiones aumentaron, al conocerse que el
cadáver conservaba el calor del cuerpo cuando lo llevaron al hospital.
Para el
dictador boliviano y los agentes de la CIA les resultaba imposible
ocultar el crimen, sabían que familiares del Che reclamarían el
cadáver o podían impugnar la autopsia y solicitar aclaraciones sobre
las circunstancias y forma de la muerte. Se añadieron a estas
preocupaciones la presencia en Santa Cruz de la Sierra, del hermano
del Che, el abogado Roberto Guevara.
Se
divulgaron despachos de prensa basados en manifestaciones de soldados
y pobladores de La Higuera y Pucará en el sentido de que el Che fue
asesinado y que las autoridades militares mentían.
Barrientos
y los agentes de la CIA, querían evitar que el lugar donde fuera
enterrado, se convirtiera en un centro de veneración y mintieron
nuevamente al afirmar que fue incinerado y las cenizas dispersadas por
los Andes.
Desde
Argentina, las agencias de noticias comunicaban que las autoridades de
ese país no deseaban, en forma alguna, que la tumba pudiera
convertirse en un lugar de peregrinación, pues ello crearía un nuevo
problema político que se sumaría a los ya numerosos que tenía que
enfrentar el gobierno del general Juan Carlos Onganía. Una de las
informaciones añadió: “Lo más probable es que la sepultura del Che
nunca sea conocida y un alto militar recordó que precisamente por el
mismo motivo nunca se reveló el lugar exacto donde descansan los
restos de Eva Perón.”.
El 11 de
octubre arribaron a La Paz, procedentes de Buenos Aires, el equipo de
peritos, integrado por el inspector Esteban Relzhauzer, el
subinspector Nicolás Pellicari y el perito dactiloscópico de la
Dirección de Investigaciones de la Policía Federal Argentina Juan
Carlos Delgado, quienes recibieron las manos del Comandante Guevara
para realizar el trabajo de identificación, después de concluido el
análisis, Antonio Arguedas, ordenó que se las entregaran, las ocultó
durante un tiempo hasta que pudo enviarlas a Cuba.
Mientras en
La Habana, el 15 de octubre, el Comandante en Jefe Fidel Castro, a
través de las emisoras de radio y televisión nacionales y de la
emisora internacional Radio Habana Cuba, analizó, detalladamente, las
noticias, cables de diversas agencias informativas y otras
consideraciones sobre el asesinato del Guerrillero Heroico, para
afirmar que era dolorosamente cierta la noticia.
En su
comparecencia, Fidel dijo:
"... el
deber de decir la verdad está por encima de que pueda convenir o no
pueda convenir y esa era nuestra actitud..."
"... ¿Es
que acaso la historia de las revoluciones o de los pueblos
revolucionarios se ha caracterizado por la ausencia de golpes duros?
¿Es que acaso los verdaderos revolucionarios no son los que se
sobreponen a esos golpes, a esos reveses, y no se desalientan? ¿Es
que acaso no somos los revolucionarios precisamente los que
pregonamos el valor de los principios morales, el valor del ejemplo?
¿Es que no somos acaso los revolucionarios los que creemos en la
perdurabilidad de la obra de los hombres, de los principios de los
hombres? ¿Es que acaso no somos los revolucionarios los primeros que
empezamos por reconocer lo efímero de la vida física de los hombres
y lo perdurable y duradero de las ideas, la conducta y el ejemplo de
los hombres, si ha sido el ejemplo el que ha inspirado y ha guiado a
los pueblos a través de la historia?".
El Gobierno de Estados Unidos y varias de sus
agencias de espionajes, desarrollaron una intensa actividad contra la
Guerrilla del Che y el movimiento revolucionario en Bolivia.
Están
registrados no menos de 12 agentes de la CIA, de origen cubano, con
nombres y apellidos falsos y algunos con antecedentes de terroristas.
En los acontecimientos de La Higuera y Vallegrande participaron
activamente dos de ellos, Gustavo Villoldo Sampera y Félix Ismael
Rodríguez Mendigutía.
Villoldo
Sampera, utilizó el seudónimo de Eduardo González, nació el 21 de
enero de 1936 en La Habana, estudió en Estados Unidos. En 1957 se
suicidó su padre, debido a un escándalo que afectó grandemente la
moral de esa familia en el seno de la entonces alta sociedad habanera.
En 1958,
cuando la lucha contra la sangrienta tiranía de Batista, Gustavo
Villoldo se relacionó con personajes del régimen tiránico. Tenía gran
amistad con connotados asesinos y se le otorgó un carné de capitán
honorario. A fines de 1959, fue acusado de colaborador de la policía y
de delatar a jóvenes revolucionarios y abandonó el país rumbo a
Estados Unidos.
En 1960 lo
reclutó la CIA para trabajar en los planes contra Cuba. Dos años
después, como agente principal de los grupos de infiltración y
sabotajes realizó varias acciones terroristas. Asistió a Fort Benning,
Georgia, para pasar un curso de adiestramiento militar que compartió
con los terroristas Luis Posada Carriles, Félix Rodríguez y Jorge Mas
Canosa.
En Bolivia
participó en los interrogatorios y torturas de detenidos. Se jactó
públicamente de haber pateado y abofeteado el cadáver del Che, y de la
decisión de cercenarle las manos.
Por
orientaciones de la CIA se trasladó para Brasil y en abril de 1971
viajó a México para coordinar planes de atentados terroristas contra
funcionarios diplomáticos cubanos, posteriormente fue enviado a
Vietnam donde estuvo a cargo de operaciones de inteligencia.
El 26 de
agosto de 1976 prestó su nombre para la adquisición del National Bank
of South, en Hialeah, Florida propiedad de la CIA. El 14 de septiembre
de 1978, los representantes del FBI Harry Brandson y Joseph Dawson,
plantearon a la CIA sus argumentos y pruebas de que Villoldo Sampera
estaba involucrado en el tráfico de drogas y que una avioneta de su
propiedad desapareció con dos tripulantes de origen cubano, mezclados
con el narcotráfico. La CIA protegió a Villoldo y “desestimó” las
pruebas suministradas por el FBI.
El 2 de
julio de 1981 viajó a Santo Domingo al frente de un equipo de 12
agentes de la CIA para influir en las elecciones presidenciales.
Regresó a Estados Unidos en 1983 y estableció un negocio de venta de
pescados y mariscos en el North River Drive y 8 Ave. Algunas personas
han informado que ese lugar es una fachada para encubrir sus
actividades de tráfico de drogas y vinculaciones con la mafia; sin
embargo, la CIA lo protege. Gustavo Villoldo se encontraba en 1984 en
Honduras, apoyando a la contrarrevolución nicaragüense.
Por su
parte Félix Rodríguez Mendigutía, nació el 31 de mayo de 1941, en la
ciudad de Sancti Spíritus, fue educado por su tío José Antonio
Mendigutía Silvera, ministro de Obras Públicas en tiempo del dictador
Batista y uno de sus más cercanos colaboradores.
Estudió en
la Havana Military Academy y al triunfar la Revolución Cubana, se
marchó para Estados Unidos, fue reclutado por la CIA y en 1960 partió
hacia el canal de Panamá para recibir entrenamiento terrorista.
Propuso a la CIA y se lo aprobaron un plan para asesinar al Comandante
Fidel Castro, trabajó en los grupos de infiltración contra Cuba,
realizó la primera acción el 14 de febrero de 1961, cuando en una
lancha rápida se acercó hasta una zona próxima a Arcos de Canasí, en
los límites de las provincias de Matanzas y La Habana para descargar
dos toneladas de equipos y explosivos para diversos sabotajes. Trajo
instrucciones de la CIA para que la contrarrevolución interna,
efectuara sabotajes en los momentos en que se produjera la invasión
por Playa Girón, entre estos la voladura del puente de Bacunayagua,
que une a la ciudad de La Habana con Matanzas por la importante
autopista de la Vía Blanca.
Al ser
derrotada la invasión, se ocultó en la casa del contrarrevolucionario
Patricio Nodal, hasta que por órdenes de la CIA, Alejandro Vergara
Mauri, funcionario de la embajada española en Cuba, lo recogió en su
automóvil diplomático y lo trasladó a su residencia. Ese funcionario
lo presentó al embajador venezolano en La Habana, señor José Nuceti
Sardi y de esta forma obtuvo asilo en la sede diplomática venezolana
el 3 de mayo de 1961. El 13 de septiembre de ese mismo año partió para
Caracas, desde donde se trasladó a Estados Unidos.
Asistió a
un curso de adiestramiento en Fort Benning, junto a Luis Posada
Carriles, Gustavo Villoldo Sampera y Jorge Mas Canosa, entre otros
terroristas.
En 1963 lo
situaron con un grupo de agentes de la CIA en una base de operaciones
en Nicaragua. Desde ese lugar y como represalia por comerciar España
con Cuba, su grupo atacó el buque español Sierra de Aranzazu. El
escándalo fue de tal magnitud que obligó a la CIA a regresarlos a
Estados Unidos. Desde territorio norteamericano continuó con sus
planes de atentados y actividades terroristas, hasta su envio a
Bolivia.
En un
informe clasificado con el código "A.C.O.D.25", elaborado por Félix
Rodríguez para la CIA referido a la decisión de asesinar al Che y que
fue publicado por el periodista José Luis Morales, de la revista
española Interviú, de 30 de septiembre de 1987, se puede leer:
“La
decisión de ejecutar al dirigente subversivo fue trasmitida sin
tregua a la Presidencia a través de nuestra embajada en La Paz".
Señaló el
periodista que en ese mismo informe pone por los suelos a los
oficiales y suboficiales del ejército boliviano, calificándolos de
El
periodista Claudio Gatti, le hizo una entrevista que reprodujo la
revista española Cambio 16, No. 942 de 18 de diciembre de 1989 y
cuando le preguntó quién se ocupó de la ejecución del Che, respondió:
"... Salí
y mandé a Terán que cumpliera la orden. Le dije que debía dispararle
por debajo de cuello porque tenía que parecer muerto en combate.
Terán pidió un fusil y entró en la habitación con un par de soldados
(...) y anoté en mi cuaderno: hora 13:10 del día 9 de octubre de
1967".
En 1968, la
CIA lo envió a Perú para impartir clases de inteligencia y patrullaje
de largo alcance a la primera unidad de paracaidistas conocida como
los Sinchís. El 24 de febrero de 1969 obtuvo la ciudadanía
norteamericana. Viajó a Vietnam del Sur; como parte de los más de 500
agentes de la CIA en ese país, donde se dedicó a torturar e interrogar
a los prisioneros y se apropió de algunas de sus pertenencias que
conserva como trofeos.
Por su
participación en la guerra recibió reconocimiento del gobierno de
Estados Unidos. En Saigón fue utilizado por la CIA como intérprete del
general argentino Tomás Armando Sánchez de Bustamante, de quien hizo
un informe detallado para la CIA, donde reflejó todas las actividades,
puntos de vista y caracterización de este.
El 20 de
abril de 1976 la CIA lo condecoró con la medalla Estrella al Valor. En
1979 se vinculó al tráfico de armas a Suramérica asociado a Ted
Shackley exjefe de la estación CIA en Saigón. Fraguó un plan de
asesinato contra el expresidente hondureño Roberto Suazo Córdoba. Sin
embargo, quedó libre porque las pruebas que lo comprometían
desaparecieron misteriosamente.
Durante los
años 1980 y 1981 cumplió diferentes misiones encargadas por la CIA en
Uruguay, Brasil, Costa Rica, Honduras, Guatemala y El Salvador, además
asesoró a represores del Ejército de Chile. Organizó planes
terroristas contra buques mercantes cubanos que transportaban
mercancías a Nicaragua.
En 1982
apareció como asesor del ejército argentino, donde era conocido como
El Gaucho. La CIA lo envió en 1984 a San Salvador para que trabajara
en labores de contrainsurgencia y en el suministro de armas y
vituallas a los contras nicaragüenses, en estas operaciones utilizaba
el seudónimo de Max Gómez. Antes de salir para ese país, se entrevistó
con George Bush padre del actual presidente de Estados Unidos.
Aunque su
base de operaciones la estableció en el aeropuerto de llopango, en El
Salvador, viajó con frecuencia a Honduras y Guatemala, para coordinar
las acciones que proyectaba realizar. Tenía de ayudante a Luis Posada
Carriles, autor del criminal atentado al avión de Cubana de Aviación,
que ocasionó la muerte a sus 73 ocupantes el día 6 de octubre de 1976,
frente a las costas de Barbados.
Félix
Rodríguez estuvo vinculado en el gran escándalo en Estados Unidos
conocido como Irán Contras, acusado de participar en el tráfico de
armas y drogas en contubernio con la CIA y los contras nicaragüenses.
Las pruebas que lo comprometían, una vez más, desaparecieron.
Asisitó a
la toma de posesión del ex-presidente norteamericano George Bush, en
compañía de su amigo, el general Rafael Bustillos, jefe de la fuerza
aérea de El Salvador.
El redactor
del periódico El Nuevo Herald de Míami, Pedro Sevcec, recogió la
siguiente respuesta a una de las tantas preguntas que le formuló para
dicho periódico y que apareció publicada el 16 de octubre de 1989:
"... A
veces estoy solo, me siento aquí de madrugada y veo las cosas que me
pasaron en mi vida. Uno se siente satisfecho de ver que cumplió con
su deber".
Félix
Rodríguez tiene en la sala de su casa en la Florida una especie de
museo, que incluye decenas de artefactos bélicos, documentos, una
granada que, según él, llevó en una incursión a Cuba, fusiles y
bayonetas utilizados contra los vietnamitas, una bomba desactivada,
fotos con el ex-presidente norteamericano George Bush, diversos
objetos capturados a guerrilleros centroamericanos, entre ellos una
prenda íntima que dice perteneció a la combatiente salvadoreña Nidia
Díaz.
Para los peritos argentinos
encargados de la identificación del Che, constituyó una sorpresa que
en lugar del cadáver, se encontraron con un recipiente de formol y en
su interior las manos del Guerrillero Heroico.
Un hecho
que hasta ese momento se había mantenido secreto, comenzó a develarse
con fuerza. ¿Cuáles fueron las razones para que le cortaran las manos?.
¿Cuál fue el papel de la CIA en esta macabra decisión?.
Los
comentarios, cada vez más fuertes, de que el Che fue asesinado, la
presencia de su hermano Roberto Guevara en la capital boliviana y su
pedido de ver el cadáver, así como un movimiento de médicos bolivianos
que exigían realizar una autopsia imparcial y la solicitud de ayuda a
sus colegas latinoamericanos, colocó al alto mando militar boliviano y
a la estación de la CIA en La Paz, en un grave dilema.
Debido a la
demora del equipo de los peritos argentinos para proceder a la
identificación, se ordenó que le cortaran las manos y la cabeza y el
resto del cuerpo incinerado. Con relación a la orden de esta decisión
hay varias versiones: El agente de la CIA Félix Rodríguez dijo que la
tomó el General Alfredo Ovando, Arnaldo Saucedo Parada, Jefe de la
Inteligencia de la VIII División, escribió que Toto Quintanilla del
Ministerio del Interior, recibió las órdenes del Ministro Antonio
Arguedas; y este último declaró que no se discutió en el Alto Mando
Militar y fue una decisión de los que se encontraban en el lugar de
los hechos porque el cadáver exhibía disparos y por razones políticas
habían inventado la frase: "Soy el Che, más valgo vivo que muerto",
resultaba demasiado increíble que un hombre con un balazo en el cuello
y otro cerca del corazón estuviera hablando, esas fueron las causas
por las que no pudieron exhibir el cadáver ante mucha gente. Agregó
que como no estaba resuelto el problema de la identificación ante la
ausencia de los peritos argentinos, se decidió que le cortaran las
manos, y Toto Quintanilla le expresó que fueron los
cubano-norteamericanos, agentes de la CIA. quiénes dieron esa orden.
Algunas
fuentes informaron la existencia de un acuerdo entre Toto Quintanilla
y los agentes de la CIA en Vallegrande, para hacer aparecer como una
orden superior. Según estas fuentes, Toto Quintanilla, Saucedo Parada,
los agentes de la CIA, Gustavo Villoldo Sampera y Julio Gabriel García
se reunieron para discutir la forma de cumplir la orden real o
supuesta, pero Zenteno Anaya, decidió que solamente le cortaran las
manos para los efectos de identificación.
Los agentes
de la CIA insistieron que le cortaran la cabeza y la enviaran a los
Estados Unidos para realizarle análisis de laboratorio. Para este fin
convocaron a los doctores José Martínez Caso y Moisés Abraham Baptista,
quienes se opusieron alegando diferentes motivos. El doctor Martínez
Caso se embriagó antes de la hora indicada y la inhumana tarea se la
impusieron al doctor Moisés Abraham, ayudado por los agentes de la CIA
y Toto Quintanilla.
Concluido
el proceso, trasladaron el cadáver en un jeep hasta el cuartel del
regimiento "Pando" en Vallegrande. Ya eran las dos de la madrugada del
11 de octubre. Los militares tenían cuatro tanques de combustible para
la incineración, pero no pudieron efectuarla por la cercanía del
amanecer que no permitía el tiempo necesario para este proceso,
también le temieron al alto grado de susceptibilidad que estos
acontecimientos provocaban entre los pobladores de Vallegrande y a la
presencia de periodistas y corresponsales extranjeros. Estos factores
determinaron que fuera enterrado en la misma zanja que un tractor cavó
para los demás guerrilleros. El cadáver del Che fue llevado por el
coronel Andrés Sélich.
Las
investigaciones históricas realizadas en Bolivia, entre los años de
1983 a 1987, permitieron recopilar documentos, fotos, objetos,
informaciones públicas y privadas; y los testimonios de varios de los
militares que participaron en estos acontecimientos, entre ellos, las
de los generales: Gary Prado Salmón, Mario Vargas Salinas y Arnaldo
Saucedo Parada y de los coroneles: Miguel Ayoroa y Rubén Sánchez.
También
obtuvimos las opiniones del Ministro de Relaciones Exteriores doctor
Walter Guevara Arce; del doctor Mario Agramont, uno de los jefes de
inteligencia en la IV División y los corresponsales de guerra. También
entrevistamos al doctor Moisés Abraham, médico de Vallegrande a quien
visitamos en la ciudad de Puebla, en México, lugar donde trabajaba.
Nos acompañó a ese encuentro Zenén Buergo, funcionario diplomático
cubano en ese país. Las conversaciones con la viuda del General
Zenteno Anaya y sus hijos Joaquín, Ximena y Álvaro, así como con la
viuda del doctor Martínez Caso, resultaron de gran valor.
Las
entrevistas con ex-agentes de la CIA, aportaron sorprendentes
revelaciones, así como el acceso a diferentes archivos, entre estos el
del General Joaquín Zenteno Anaya; y las varias gavetas de la CIA y de
los Servicios de Inteligencia del Ministerio del Interior de Bolivia
que permitieron ampliar las informaciones obtenidas. En este aspecto
la ayuda de Alfredo Quiñones fue determinante.
De igual
importancia resultaron los encuentros con el general Mario Vargas
Salinas, especialmente el realizado el 24 de marzo de 1984, con la
presencia del Embajador Cubano en La Paz, compañero Ángel Brugués.
Vargas Salinas confirmó y amplió las informaciones que nos había dado,
en el sentido de que el Che Guevara no fue incinerado y se encontraba
enterrado en Vallegrande a un costado de la pista de aterrizaje, junto
a otros compañeros, y mostró su disposición para visitar el lugar.
De gran
estimación consideramos los testimonios de personas relacionadas con
los hechos, entre ellos Carlos Cortés, chofer del Coronel Andrés
Selich, que guió la volqueta en que trasladaron el cuerpo del
Comandante Ernesto Guevara. Con él nos entrevistamos en La Paz, el 13
de marzo de 1984, y después en otras ocasiones en Vallegrande.
Estimamos
de valor los encuentros con Isacc Meneses, telegrafista de Barrientos
y del Ejército, quien confirmó que el Che no fue incinerado y que
estaba enterrado en Vallegrande. También el testimonio de Desiderio
Bonilla, Juez Agrario de Vallegrande y entrevistado en esa ciudad el
30 de octubre de 1983.
Una
verificadora información la suministró una pareja de enamorados
clandestinos. Cerca del lugar donde enterraron al Che y otros
guerrilleros, existía una rústica cabaña, utilizada por una señora que
pastoreaba sus cabras y en determinadas ocasiones, alegando que se le
hacía muy tarde para llegar al pueblo, se refugiaba en ese lugar y
pasaba la noche en compañía de su amor oculto.
En el mes
de junio de 1984, ella y él narraron de manera individual y en
momentos diferentes, que en la madrugada, en que enterraron al Che,
estaban en la cabaña y sintieron constantes ladridos de los perros,
temían que se tratara de ladrones de cabras y se levantaron.
En el más
absoluto silencio y llenos de pánico, observaron, como en la zanja que
un tractor había cavado, lanzaron unos cadáveres y comenzaron a llenar
de tierra el lugar. Después conocieron que el Che y los demás
guerrilleros habían desaparecido y llegaron a la conclusión, que en
ese lugar fueron enterrados, pues al día siguiente observaron el
movimiento de tierra. Ocultaron lo que habían visto para no divulgar
la causa de su presencia en la cabaña y ante el temor de que podían
matarlos.
Durante
todo este proceso de investigación estimamos valiosas, las
colaboraciones del doctor Gerardo Muñoz y su esposa Miriam Jiménez,
residentes en Vallegrande y Mario Chavez y su familia de la ciudad de
Santa Cruz de la Sierra.
Los
testimoniantes, todos entrevistados por separado y de manera
compartimentada, coincidieron en los datos investigados. Al hacer el
análisis de esas y otras informaciones, quedaron dos lugares como
probables del enterramiento. Así lo hicimos constar en el libro LA CIA
CONTRA EL CHE, página 153, publicado en 1992 por la Editora Política y
que recibió el Premio de la Crítica, otorgado por la Academia de
Ciencias de Cuba. Al respecto escribimos:
"Las
informaciones recopiladas dan dos lugares como probables de donde se
encuentran enterrados: uno, en un terreno al fondo del dormitorio
del regimiento 'Pando'; el otro, a un costado de la pista de
aterrizaje del aeropuerto de Vallegrande, a unos pocos metros del
comienzo de la pista..."
Durante
esos años de dedicación y trabajo intenso, recibimos el apoyo,
experiencia, orientaciones y sugerencias de varios compañeros, que
orientaron las mejores formas científicas para obtener informaciones
de fuentes primarias, y directas, en el propio terreno de los hechos,
incluyendo las secretas, consideradas de trascendental valor. Entre
ellos queremos mencionar a Armando López Orta, Homero Saker y
Francisco García Madrigal.
Una mención
especial corresponde a los compañeros Osvaldo Pollo y Antonio Sánchez,
que visitaron Vallegrande, y realizaron un estudio de los lugares,
donde podían estar enterrados los guerrilleros. Ellos elaboraron mapas
y croquis acerca de estos puntos de interés.
El Ejército
boliviano mantuvo la versión oficial de que al Che lo incineraron y
sus cenizas lanzadas a la selva, la que estuvo vigente hasta noviembre
de 1995, cuando los medios informativos divulgaron que el Che estaba
enterrado en Vallegrande, y comenzaron las excavaciones.
El 23 de
noviembre de ese año, se divulgó un comunicado por varios compañeros
bolivianos, entre ellos Loyola Guzmán, Marlene Uriona, Mary Maimura,
Esperanza Brutón, Antonio Peredo y Modesto Reynaga, donde plantearon
que de confirmarse esas vesiones, reclamaban la agilización de los
trámites para proceder a la exhumación.
El 15 de
diciembre de 1995, llegó a Vallegrande el doctor Jorge González Pérez,
director del Instituto de Medicina Legal de Cuba, quien encabezó a un
grupo multidisciplinario de científicos cubanos, argentinos, italianos,
y bolivianos para llevar a cabo la busqueda de los restos y su
identificación.
Después de
un intenso trabajo, de estudios, verificaciones, análisis y
excavaciones fueron encontraron e identificados los restos del Che y
sus compañeros. El 28 de junio de 1997 aparecieron los primeros huesos
humanos y el 3 de julio de ese año, el periódico Granma, dio una
informión al pueblo, explicando los detalles.
Habían
pasado 30 años desde el asesinato del Guerrillero Heroico y 10 de
nuestras investigaciones. Muchas cosas cambiaron en el lugar, pero los
cubanos y sus amigos en todo el mundo sabían que tarde o temprano se
haría realidad los versos de Nicolás Guillén, cuando dijo:
NO VAN A
IMPEDIR QUE TE ENCONTREMOS, CHE COMANDANTE, AMIGO.
El asesinato del Che produjo una repulsa y
condena que se inscribe en la historia de la humanidad de forma
perpetua. Los obreros, estudiantes, campesinos, profesionales,
intelectuales y gobiernos progresistas de todo el mundo expresaron su
indignación.
Las
manifestaciones de desaprobación y condena llegaron hasta las mismas
sedes diplomáticas de Bolivia en las principales capitales del mundo y
en los propios Estados Unidos. La prensa de la época constituye una
fuente de infinito valor que precisa la repercusión del crimen.
En toda la
América Latina se realizaron multiples actos, la ciudad universitaria
de Loja en el Ecuador fue denominada "Ernesto Che Guevara", y se
realizó un acto nacional de homenaje a su memoria. La oradora
principal Nela Martínez, prestigiosa escritora ecuatoriana, entre
otras cosas, expresó;
"Vi su
retrato difundido bajo grandes caracteres gozosos de la prensa
internacional y lloré. ¿Quién no se conmovió con la noticia? Hasta
los propios cómplices del crimen buscaron maneras de limpiarse las
manos. La máscara de Pilatos vuelve a ocultar los rostros de los
verdugos a través de los tiempos".
"Tendido
en una piedra de lavar su cadáver no era un cadáver. Los ojos
abiertos nos miraban. En su rictus no se advertía el sello de la
muerte. Desafiante su gesto en el último instante. Aquella sonrisa
vencedora, de su otro triunfo, iluminaba el día. Su rostro de
combatiente del mañana quedó impreso en los Andes".
"Viejas
leyendas, de los que regresarán para continuar la guerra comenzada,
circularán de boca en boca a oídas en el largo silencio del campo,
en los caseríos de barro y paja, en la otra historia de los
iletrados. ¿Cuánto tiempo anduvo Tupac Amaru haciéndole la guerra a
la Corona de España, a la enemiga del indio? Largo fue el tiempo de
la espera, hasta que no una, dos y cien veces, regresó. Toda la
conmoción del levantamiento más grande en contra de la colonia no se
perdió cuando su cuerpo fue partido y repartido en los cuatro puntos
cardinales del Tahuantinsuyo. Nuevas epopeyas silenciadas,
silenciosas por su propia naturaleza, han sacudido las entrañas de
los pueblos del Ande".
"Los
fuegos permanecen adentro, igual que en los volcanes. Cuando le
sacuden al continente, se siente que la lava se les subió a los
hombres hasta la conciencia... "
El famoso
pintor Oswaldo Guayasamín declaró:
"Ernesto
Guevara no ha muerto; nadie puede matarlo, la tierra de América está
regada de su presencia, se multiplicarán los guerrilleros, el valor
y el heroísmo serán de nuevo pan de los humildes. Las tiranías y
golpistas caerán".
En México,
el periodista Leopoldo Zea escribió en el matutino Novedades:
"Todos
los pueblos de América, todos los pueblos que en el mundo luchan por
su liberación y su libertad, sienten en sus corazones un dolor
profundo por la muerte del Comandante Guevara, caído frente al
enemigo común de los pueblos y los hombres".
En Nápoles,
hubo grandes manifestaciones. En Florencia quemaron la bandera
norteamericana. En Roma, miles de personas, encabezadas por el
escritor Cesare Zavattini y dirigentes de varios partidos de izquierda,
llegaron hasta la sede diplomática de Estados Unidos. Detuvieron al
artista Alberto Moravia y al director de cine Pier Paolo Pasolini.
Zavattini expresó que la muerte del comandante Guevara tocaba a todos,
como a una familia, la familia de los hombres. El cineasta Francesco
Rosi manifestó su intención de filmar una película dedicada al Che; la
cantante Mina Mazzini declaró que el comandante Guevara se ha
convertido en un héroe nacional en Italia.
En todas
las capitales europeas hubo protestas, en un multitudinario acto
efectuado en Italia, María Teresa León, en nombre de su esposo, el
famoso poeta Rafael Alberti y de los españoles en el exilio, dijo: “Yo
traigo el dolor y la pena de Rafael Alberti, y con la mía, la de todos
los exiliados de España, y el dolor de los que se quedaron allá con la
mirada vuelta hacia la libertad, el dolor de la juventud española que
no doblan las rodillas y que había visto en el Che Guevara un héroe
del rabioso tiempo presente de nuestra América Latina...
"Murió en
su ley, próximo a la América más pobre, más abandonada, despojado de
todo, menos de su esperanza. En el lugar en que lo asesinaron
brotarán dos fuentes: la de la libertad y la de la justicia. Los
indios bolivianos, los desheredados de un continente, murmurarán su
nombre, dirán que está vivo, que golpea a sus puertas porque tiene
sed y dejarán en las ventanas una jarra de agua para que el Che beba
al pasar. Porque pasará y recorrerá todo un continente y su nombre
será la fuerza del futuro, la alta estrella de la Cruz del Sur que
llamará a toda la América a alzarse y luchar por su independencia
política y económica contra todos los dominios extranjeros".
Las cadenas
de televisión y estaciones de radio informaban sobre los sucesos en
Bolivia y el asesinato del Che, en Nueva York, una nutrida
manifestación recorrió las calles de esa ciudad con campanas, ataúdes,
incienso y flores condenando el crimen, a las tres de la tarde se
concentraron frente a la puerta de la misión boliviana en las Naciones
Unidas.
El gobierno
boliviano recibió elogios y felicitaciones de Estados Unidos. En un
discurso pronunciado por el senador norteamericano Howard Baker,
expresó públicamente el agradecimiento. En esta comparecencia afirmó
que los sucesos tenían una honda significación para Estados Unidos;
que los 460,6 millones de dólares designados a Bolivia era un precio
muy bajo para la victoria que les había otorgado, ese era el costo de
la guerra de Vietnam en una semana.
En Bolivia
se realizaron diferentes actos, en el aula magna de la facultad de
derecho, se comparó al Che con Simón Bolívar, Sucre y otros patriotas
latinoamericanos y los estudiantes reclamaron que se le concediera la
ciudadanía boliviana post morten, por ser él luchador de la liberación
de Bolivia.
En
Argentina, los estudiantes desfilaron por las principales avenidas de
varias ciudades. En Rosario se produjeron actos de protestas contra el
crimen cometido. La juventud peronista circuló una carta de Juan
Domingo Perón, como un homenaje al Che y de condena por su asesinato.
Ese mismo
día el sacerdote Hernán Benítez ofreció una oración fúnebre al Che, en
una de sus partes dice:
“Los dos
tercios de la humanidad oprimida se han estremecido con su muerte.
El otro tercio, en lo secreto de su alma, no ignora que la historia
del futuro, si caminamos hacia un mundo mejor, le pertenece al 'Che'
por entero. Un día nada lejano el Tercer Mundo victorioso incluirá
su nombre en el martirologio de sus héroes... "
Al inicio
de su oración, el Sacerdote expresó:
"Ha
muerto con las características de los héroes de leyenda, quienes en
la conciencia popular no mueren. Como los judíos del Viejo
Testamento creían siempre vivo al profeta Elías, los españoles del
medioevo al Cid Campeador y los galeses a Artús, es posible también
que, en los años venideros, los soldados del Tercer Mundo crean
sentir la presencia alucinante del 'Che' Guevara en el fragor de las
luchas guerrilleras".
En otra
parte de su oración exclamó:
"Hace ya
años había entrado en la leyenda. Sus enemigos podrán achacarle
extravíos ideológicos todos los que quieran. Pero nadie sensato va a
negarle pasión, coraje, heroísmo y una constancia en su vocación a
toda prueba. Le dolía adentro del alma el dolor de las masas... "
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